sábado, 3 de septiembre de 2011

Nunca subas esa montaña


“Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de dominio propio.” 2 Timoteo 1:7

Cierto día una mujer subió a una montaña que debió evitar. Nadie la habría culpado si no hubiera ido. Con doce grados bajo cero, hasta el hombre de las nieves preferiría estar cerca del fuego. Tenía solamente un día para esquiar, pero su marido insistió y fueron. Mientras estaban en la fila del telesquí se dio cuenta que necesitaba ir al baño, ¡y con urgencia! Segura de que habría un baño a la llegada del telesquí, ella y su vejiga soportaron el agitado viaje, para encontrar que no había instalaciones.

Comenzó a sentir pánico. Su marido tuvo una idea: ¿Por qué no ir al bosque? Como su ropa era totalmente blanca, se confundiría con la nieve. ¿Y qué mejor baño que un pino?

¿Qué opción tenía? Esquió hasta la línea de los árboles y se puso su ropa de esquiar a medio mástil. Por fortuna, nadie la podía ver. Desafortunadamente su marido no le había dicho que se quitara los esquíes. En menos tiempo de lo que canta un gallo fue descendiendo hacia atrás por la ladera, mostrando de ella mucho más de lo que se había propuesto. Con los brazos tratándose de agarrar de algún modo y los esquíes deslizándose, llegó a toda velocidad al telesquí mismo en que había llegado y chocó con un poste.

Cuando a duras penas quiso cubrir sus partes esenciales, descubrió que tenía fracturado el brazo. Afortunadamente su marido había corrido a rescatarla. Llamó a la patrulla y esta la llevó al hospital.

Mientras la atendían en la sala de emergencia, llevaron a un hombre con una pierna fracturada y lo pusieron a su lado. Ahora ella había recuperado su compostura lo suficiente como para entablar una conversación.

-¿Cómo se fractura su pierna?- preguntó.

-Es lo más raro que jamás haya visto -explicó-. Iba en mi asiento del telesquí y de repente no pude creer lo que veían mis ojos. Allá abajo iba una loca esquiando hacia atrás y a toda velocidad. Me incliné para ver mejor, y creo que no me di cuenta de lo mucho que me moví. Me caí del telesquí.

Entonces se volvió hacia ella y preguntó.

-Y usted ¿Cómo se rompió el brazo?

Es de humanos cometer errores en la vida, subimos montañas que nunca tuvimos la intención de subir. Tratamos de subir cuando debimos de habernos quedado abajo, y como resultado hemos tenido algunas desagradables caídas a la vista del mundo que nos observa. El relato de la dama, es un eco de nuestra propia historia. Hay ciertas montañas que no debiéramos haber escalado. Súbelas y terminarás golpeado y avergonzado. Mantente alejado de ellas y evitaras una cantidad de dificultades.

Las montañas que nunca debimos de haber escalado es la montaña del pecado, jamás debimos de habernos topado con ella, la subimos, tropezamos y caímos.

Es tiempo de levantarnos, quitar a esa montaña de en medio de nuestro camino y seguir firmes y adelante en todo tiempo.  No seamos cobardes, tenemos la fe suficiente para trasladar montañas y quitarlas de en medio de nosotros, Dios nos ha dado un Espíritu de poder, de amor y de dominio propio.



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