sábado, 7 de abril de 2012

Sólo debes esperar


En ese tiempo había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, que obedecía a Dios y lo amaba mucho. Vivía esperando que Dios libertara al pueblo de Israel. El Espíritu Santo estaba sobre Simeón, y le había dicho que no iba a morir sin ver antes al Mesías que Dios les había prometido. Ese día, el Espíritu Santo le ordenó a Simeón que fuera al templo. Cuando los padres de Jesús entraron en el templo con el niño, para cumplir lo que mandaba la ley, Simeón lo tomó en sus brazos y alabó a Dios diciendo: “Ahora, Dios mío, puedes dejarme morir en paz. ¡Ya cumpliste tu promesa! Con mis propios ojos he visto al Salvador, a quien tú enviaste y al que todos los pueblos verán. Él será una luz que alumbrará a todas las naciones, y será la honra de tu pueblo Israel.” José y María quedaron maravillados por las cosas que Simeón decía del niño. Simeón los bendijo, y le dijo a María: “Dios envió a este niño para que muchos en Israel se salven, y para que otros sean castigados. Él será una señal de advertencia, y muchos estarán en su contra. Así se sabrá lo que en verdad piensa cada uno. Y a ti, María, esto te hará sufrir como si te clavaran una espada en el corazón.” En el templo estaba también una mujer muy anciana, que era profetisa. Se llamaba Ana, era hija de Penuel y pertenecía a la tribu de Aser. Cuando Ana era joven, estuvo casada durante siete años, pero ahora era viuda y tenía ochenta y cuatro años de edad. Se pasaba noche y día en el templo ayunando, orando y adorando a Dios. Cuando Simeón terminó de hablar, Ana se acercó y comenzó a alabar a Dios, y a hablar acerca del niño Jesús a todos los que esperaban que Dios liberara a Jerusalén. (Lucas 2:25-38)

Todos en la vida tenemos promesas, sueños, anhelos y sabemos que todo lo que nos pasa es por la mismísima voluntad de Dios. Pero cuando nos damos cuenta con nuestro caminar que los pensamientos y los caminos de Dios no son los mismos que los nuestros, entonces ahí somos probados y tenemos el libre albedrío de hacer nuestra voluntad o aferrarnos a la de Dios.

Si Dios te ha prometido algo en la vida te aseguramos que, aunque tardare, si eres paciente y obediente a no dejar tu posición en ningún momento de tu vida, recibirás el anhelo de tu corazón.

1) Simeón y Ana creyeron a las promesas de Dios.

Hoy en día a las personas les cuesta creer en Dios y en sus promesas porque rápidamente se dan por vencidos, se impacientan y olvidan todo lo que Dios les ha dicho. Hoy en día la gente quiere las respuestas de Dios instantáneamente y no se dan cuenta que Dios es el que prueba los corazones. (Proverbios 17:3)

Sólo yo, el Dios de Israel, sé muy bien lo que piensan, y los castigaré por su mala conducta.” (Jeremías 17:10)

En momentos de crisis tu corazón será probado pero tiene que estar confiado en el Señor, no dudar, porque si dudas pierdes tu fe y puedes perder la bendición que Dios tiene preparada para ti.

¡Pero benditos sean aquellos que sólo confían en mí! Son como árboles plantados a la orilla de un río: extienden sus raíces hacia la corriente, el calor no les causa ningún daño, sus hojas siempre están verdes y todo el año dan fruto.” (Jeremías 17:7-8)

2) Sé obediente a la voz de Dios y espera el tiempo de Dios.

Una traducción inglesa de la Biblia, dice que Simeón era un hombre bueno, un hombre que había vivido en oración expectante, esperando ver la llegada del Salvador de Israel.

De Ana, la misma traducción nos dice que esta anciana de más de noventa años, nunca salía del área del templo, alabando a Dios de día y noche, con sus múltiples oraciones y ayunos.

Hay muchas personas que han esperado mucho tiempo, pero en una cosa pequeña, una ofensa, un desanimo los engaña y se apartan con facilidad del propósito de Dios y pierden todo. No pierdas la esperanza, no pierdas la fe, no pierdas las fuerzas, esta noche tiene que comenzar en ti una expectativa por lo que Dios habrá de hacer en ti y habrás de ver su Gloria.

No importa cuánto se tarde, pero te aseguro que llegará tu respuesta, sólo debes esperar, obedecer y verás la respuesta de Dios en tu vida.



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