lunes, 30 de mayo de 2011

Confesar


Voy a confesar mi iniquidad, pues mi pecado me angustia. Salmos 38:18

Para ser cristianos en crecimiento tenemos que abandonar la capa del superman o de la superchica espiritual. Dios tiene el deseo de perdonarnos y de ver que superemos los obstáculos de la vida. Por eso no sólo nos ofreció la cruz para solucionar nuestra culpa, sino que nos regaló la disciplina de la confesión para que seamos capaces de sobreponernos al pecado.

A lo largo de la historia, la iglesia ha ido relegando algunas de las más sanas enseñanzas del Nuevo Testamento. Por el abuso de la Iglesia Católica, que redujo la confesión a un rito de contarle a alguien sin cara todo lo que hicimos mal para después tener que ir y repetir un montón de oraciones viejas; otras iglesias limitaron el uso de la confesión a tal punto que ya no se enseña de que se trata, y ni siquiera se nombra como una de las practicas cristianas.

La confesión no es un castigo para los niños que se portan mal. Es un paso de fe que damos diciéndole a Dios lo que hicimos mal. En el origen de la palabra confesión significa <<Decir lo mismo que>>. Esto quiere decir que si la Biblia dice que algo está mal, yo me confieso cuando, habiendo hecho eso, admito que lo que hice es pecado. No porque yo sienta o piense que es pecado sino porque lo dice la Biblia.

Dios quiere limpiarnos y animarnos, desea restaurarnos y volver a poner las cosas en su lugar. Ese es el propósito de la confesión. Si no confesamos nuestros pecados, estamos albergando cosas sucias dentro de nuestro ser.

No confesar es como nunca sacar la basura de la casa. Pronto se acumula el mal olor y nuestra conciencia empieza a molestarnos cada vez más. Uno de los problemas con los que se topa la confesión es que pensamos en la iglesia como si fuera una comunidad de santos al estilo medieval, cuando en realidad deberíamos considerarla un hospital de pecadores redimidos.

Yo he confesado varios pecados a mis amigos justamente para que me ayudaran a solucionarlos. El conocido Agustín de Hipona decía siglos atrás que la confesión de las obras malas es el comienzo de las obras buenas.

Lee y Medita: 1 Timoteo 2: 1-6

No hay comentarios:

Publicar un comentario