sábado, 10 de noviembre de 2012

Identidad divina


En cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al Salvador, el Señor Jesucristo. (Filipenses 3:20)

Hace unos días tuve que hacer unos trámites. Desde siempre he tenido la costumbre de cargar conmigo mi documento de identidad a donde sea que vaya, simplemente por si algo me sucediera allí figuran mis datos o muchas veces cuando debo pagar alguna compra o alguna factura, me lo suelen pedir para comprobar mi identidad.

Salí de mi casa, llegue al lugar donde debía hacer el trámite, me pidieron mi documento de identidad y ¿qué pasó? Me lo había olvidado. Justo el día que lo necesitaba, lo había olvidado en el cajón. Regresé a mi casa y ya volví al otro día con el documento en mi mano.

¿A qué quiero llegar con esto? A que ese simple hecho me hizo reflexionar.

En 2da a los Corintios 5:17 podemos leer “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” Cuando hemos aceptado a Cristo en nuestro corazón como nuestro Señor y Salvador, nuevas criaturas somos, tenemos una IDENTIDAD nueva.

Ya esa vieja identidad, no está más, el Espíritu de Dios se ha movido en nosotros y nos ha hecho nuevos. Y a esto me refería con la anécdota que les he contado: ¡Esta nueva identidad NO podemos olvidarla guardada en un cajón! No podemos ser Cristianos sólo en la Iglesia o dentro de nuestra casa. No podemos utilizar esa identidad sólo cuando queremos. Ni tampoco el día en que Cristo vuelva podemos decirle “No Señor, hoy olvidé mi cristianismo en el cajón.”

Dios nos dio esta nueva identidad en Cristo, y nos hizo directa y firmemente “Ciudadanos del Cielo”. Nuestra identidad terrenal ya no tiene poder sobre nosotros.

En algunos países está permitido poseer algo que se llama “doble ciudadanía”, eso significa que tú eres ciudadano del país en el que naciste pero por medio de trámites, también puedes ser ciudadano de otro país. En el Reino de Dios tal cosa NO puede suceder. Tú no puedes ser Ciudadano del Cielo y al mismo tiempo ser Ciudadano del mundo. No podemos tener una identidad terrenal y otra espiritual.

¿Tienes esta nueva IDENTIDAD guardada en un cajón? Invito a que la saques de allí, quítale el polvo y sé valiente al llevarla contigo. ¡Alégrate de ser un Hijo de Dios y de ser un Ciudadano del Cielo! Allí nuestro Salvador nos espera, para gozar junto a Él las maravillas de nuestro Padre.

Esa ciudadanía celestial refleja el carácter de Cristo a través de ti. Debemos ser conformes al corazón de Dios, para que quienes no le conocen, vean a Jesús mismo en nosotros sin necesidad de pedirnos nuestra credencial divina. No te avergüences, tu lugar en el cielo tiene un propósito. Dios te bendiga.



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