viernes, 9 de diciembre de 2011

Con mi vida quiero adorar



Job 42:5-6 De oídas te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y en ceniza.

Como humanos sabemos que tenemos cualidades que nos hacen diferentes a los demás. Sabemos que tenemos habilidades que las hemos desarrollado más que otros. Sabemos que tenemos cierto grado de inteligencia, quizá más que otros. Pero, esto no mide lo espiritual que eres o que tu comunión con Dios va viento en popa.

Sé que puede parecer un poco duro lo que te digo, pero es la verdad. Es lamentable como el humanismo se ha metido a nuestras iglesias, ministerios y vidas, diciéndote que eres un mejor ser humano si conoces a Dios. Ese no es el fin de un verdadero hijo de Dios. El fin de un verdadero hijo de Dios es glorificar a Dios con nuestra vida y  ser mejores hijos de Él.
No puedes ser mejor persona y ser mejor hijo de Dios. Al ser mejor persona, nosotros aceptamos que las reglas de este mundo están bien. No quiero decir que es malo obedecer la ley, nuestras autoridades y nuestros superiores, todo lo contrario. Pero, nuestra vida no tiene que ser medida por lo que a los hombres les parece bueno o malo. Tiene que ser medida con los mandamientos que nuestro Dios nos ha dejado.

Es por ello que la Jesús dice: “Mi reino no es de este mundo” Porque la gente no nos va entender cuando actuemos bajo la bendita voluntad de nuestro Dios. La gente nos va a cuestionar cuando nos quedemos callados ante la ofensa. 

Es momento de vivir la Biblia cuando dice: “Ya no vivo yo, ahora Cristo vive en mi” Al confesar esto con nuestra boca, estamos diciendo que nos sometemos, completamente, a la voluntad de Dios. Pero, el problema que actuamos antes de orar, actuamos antes de consultar a Dios.
No todo lo que es bueno para el hombre, glorifica a Dios. No por ser ley humana, es bueno. Te he planteado dos argumentos. Uno que lo dicen algunos políticos y otro que debemos manejar los verdaderos hijos de Dios. 

No podemos seguir pesándonos en una balanza con otro ser humano del otro lado de ella. Debemos pesarnos con nuestro Señor Jesucristo del otro lado de balanza. Ahí, nos daremos cuenta si en verdad nos aborrecemos o nos agradamos a nosotros mismos.
Nuestra naturaleza humana, o sea pecaminosa, debe ser aborrecible a los hijos de Dios. No digo que no nos vamos a equivocar, claro que sí. Pero, ya no vamos a disfrutar el pecado, nos parecerá lo más asqueroso del mundo.


No hay comentarios:

Publicar un comentario