martes, 2 de agosto de 2011

Mientras jugaba



Era un día como cualquiera. Con mis amigos jugábamos carritos en la tierra. Éramos nada más unos pequeñitos en busca de diversión. No teníamos nada más que un par de zapatos, un short y una playera. Esos fueron de los mejores momentos de mi vida.

Un día me sentí muy triste porque mi carrito no tenía una llantita. Sentía que mi mundo se partía en pedazos. Mis amigos solo se burlaron de mí y no me quedó más que llorar. Pero lo olvide rápido y seguí disfrutando de ese hermoso día.

Junto con mis amigos, de la nada, vimos que venían muchas personas asombradas y haciendo mucho ruido. En el pequeño pueblo que vivíamos eso era una sorpresa y muy anormal. De repente no sentimos ni como, pero nos vimos rodeados de muchos adultos. A mí me dio miedo, puesto que el pueblo era pequeño y muy solitario. En nuestra aldea no sucedía casi nada. 

Yo me puse a pensar qué pasaba. De repente solo empecé a sentir empujones y que me faltaba el oxígeno. Las personas no me lograban ver porque yo era muy pequeño. Hubo un momento que no lograba ver a mis amigos, no sabía que se habían hecho. 

De repente solo vi que ellos estaban igual que yo, estaban muy preocupados. Ellos tampoco sabían qué hacer. Nuestros papás estaban preocupados por lo que sucedía en el pueblo, ellos tampoco entendían.

A lo lejos, muy suave, escuchaba que nuestros padres gritaban mi nombre y el de mis amigos. Pero, ninguno nos lográbamos ver. Pero, me acordé lo que mi papá me había enseñado en un dado caso sucedía algo así. 

Parece gracioso, pero mi papá sabía que algo iba a suceder algún día. A pesar de ser tan desolado el pueblo, mi viejo bello tenía en su mente que algún suceso algún día pasaría. Él me preparó para esto. Él me dijo “Si hay algún problema alguna vez, en nuestras desoladas calles, busca a la persona que llame más la atención, corre hacia Él y pídele ayuda” Busqué a mis amigos, los encontré, buscamos a esta persona. A lo lejos lo vimos y nos dirigimos hacia Él. 

Con lo que no contamos era que las personas, sus amigos, nos iban a apartar y no nos dejarían acercarnos a pedir ayuda. Pero, para sorpresa de nosotros, cuando nos empujaron y apartaron, Él les dijo “Dejen que los niños vengan a mí, porque de ellos es el reino de los cielos”. Me quedé asombrado, no sabía qué era de lo que Él hablaba. Jesús en su amor me abrazó. Muchas personas me quisieron quitar la ilusión de pedir ayuda por mi apariencia, solo por ser un niño. Pero, tiempo después Él dijo “Si tan solo fueran como niños, en realidad cambiarían su vida”. 

En ese momento entendí que lo que hacía estaba bien. Jesús me abrazó, me llenó de amor. Ahora me sigue impulsando a seguir adelante, a no rendirme en mis sueños. 

Todos los días me dice: “Esfuérzate y sé valiente, no temas ni desmayes”. Me repite a cada momento “Te amo, no te rindas. ¡Yo creo en ti, vamos!"



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