viernes, 8 de febrero de 2013

Libera tu fe









Por esta razón están ustedes llenos de alegría, aun cuando sea necesario que durante un poco de tiempo pasen por muchas pruebas. Porque la fe de ustedes es como el oro: su calidad debe ser probada por medio del fuego. La fe que resiste la prueba vale mucho más que el oro, el cual se puede destruir. De manera que la fe de ustedes, al ser así probada, merecerá aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo aparezca. (1 Pedro 1: 6- 7)
 
Imagínese lo que es tener suficiente fe como para impresionar a Dios. ¿Le parece eso algo exagerado? 

En Mateo ocho, un centurión (oficial al mando en el ejército romano) vino a ver a Jesús para interceder por su siervo quien estaba enfermo y atormentado. Cuando Jesús se ofreció ir a la casa del centurión y sanar al siervo, el oficial respondió: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado sanará" 

Este era un hombre que conocía el poder de las palabras. Después de todo, él era un oficial en el ejército. Cuando él hablaba, todos le prestaban atención y hacían lo que él ordenaba. En este caso, Jesús hizo también lo que el centurión le pidió.

¿Por qué respondió Jesús con tanta rapidez? Porque las palabras de aquel hombre estaban llenas de fe.

En más, al oír la respuesta del centurión, Jesús se asombró y dijo: "De cierto os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe" 

La fe que tanto impresionó a Jesús fue que el centurión estuvo dispuesto a creer sin pedir alguna señal espectacular o algún milagro del cielo. La Palabra era lo único que él necesitaba para creer que Jesucristo podía sanar a su siervo. “Solamente di la palabra…”, dijo el centurión. Y en aquella misma hora su siervo fue sanado.

Esa misma fe, y aun una fe mayor una fe que impresione a Dios está al alcance de cada uno de nosotros, Él envió su Palabra para sanarnos y liberarnos.

 El apóstol Pedro se refirió a la Palabra de Dios como la palabra profética más segura. ¿Más segura que qué? Bueno, para empezar, Pedro había visto su buena parte de señales y maravillas. La mayor tal vez fue cuando acompañó a Jesús, junto con Santiago y Juan, a un monte donde oyeron la voz de Dios y vieron a Jesús hablar cara a cara con Moisés y Elías.

Pedro quedó tan impresionado que se ofreció para construir unos albergues para todos, para quedarse un rato en ese lugar. (Mateo 17:4). Pero a pesar de las manifestaciones gloriosas de Dios que había presenciado, Pedro luego dijo las siguientes palabras en su carta:

“Porque no os hemos dado a conocer, siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él (Jesús) recibió de Dios Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar atentos. (2Pedro 1:16-19).” 

Cuando usted se despierta por la mañana, quizá no oiga de forma audible la voz de Dios. Pero sí puede contar con la Palabra, las promesas, la revelación y la sabiduría de Dios, las cuales son tan seguras como el sol que sale todos los días; así que viva de acuerdo a ellas.

Si, los milagros son maravillosos, pero el plan de Dios es que andemos por fe, no por vista (2 Corintios 5:7). El espera que vivamos cada día por la fe en su Palabra, no por las señales y maravillas que podamos ver en el camino.

En resumidas cuentas, la verdadera esperanza bíblica no consiste en desear que algo se haga realidad. Dios no está sentado en el fondo de alguna fuente de los deseos esperando que tiremos algunas monedas para concedernos el milagro que deseamos. La verdadera esperanza es una imagen divina en nuestro interior; es un milagro que la Palabra de Dios da a luz en el alma del ser humano; es el plano de nuestra fe.

En hebreos 11:1 dice que para que nuestros sueños se hagan realidad, la esperanza debe alimentarse de la fe. Se nos dice también que esa esperanza "la tenemos como segura y firme ancla del alma" (Hebreos 6:19).

Entonces, no solo tenemos la palabra profética más segura, sino también una esperanza segura. El apóstol Pedro lo dice muy bien, que la Palabra de Dios (sus promesas) entra en nuestro ser y alumbra nuestras circunstancias (2 Pedro 1:19). Al meditar en la Palabra, su luz aumenta más y más dentro de nosotros. Empieza a alumbrar nuestros corazones con más y más fuerza hasta que llega a dar a luz una imagen interna de lo que por la fe estamos esperando recibir de Dios.

Antes quizá nos veíamos como Abraham se vio una vez: sin hijos. Tal vez nos hayamos visto sin plata, enfermos, desesperados o lo que sea. Pero una vez que nos asimos de la Palabra y nos percatamos de que es Dios quien nos habla por medio de ella, le damos lugar a la esperanza; y esa esperanza da vida a los deseos que Dios ha puesto en nuestros corazones.

Abraham creyó en esperanza contra esperanza (Romanos 4:18). Aunque parezca increíble, él recibió lo que esperaba. Nosotros podemos también recibir lo que esperamos. Reciba la Palabra de Dios y aplíquela a su situación ahora mismo.

¡Vamos! Empieza a aspirar a grandes cosas y libera tu fe.


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