jueves, 12 de septiembre de 2013

Promesas rotas









Cuando a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes.” (Eclesiastés 5:4)

Es muy común que nosotros prometamos hacer ciertas cosas solo por salir de un compromiso; ya sea porque nuestros padres nos están imponiendo algo o alguna otra persona necesita de algún favor nuestro.

A las personas que generalmente les prometemos cosas son a nuestros padres; cosas que a veces ni las cumplimos. Cuando necesitamos de algún permiso de ellos y sabemos que nuestro comportamiento no ha sido el mejor, le prometemos que nos portaremos bien y que ya no nos meteremos en problemas. Hacemos esta promesa solo para ganar nuevamente su confianza, sabiendo que nuestra intención no es cumplir lo que hemos prometido.

Y así continúan nuestras promesas, ya no solo le prometemos cosas que no cumpliremos a nuestros padres, lo hacemos también con nuestros amigos. Cuando hemos cometido algún error lo queremos reparar haciendo un pacto de volver a cometer esa falta que puso en peligro la amistad, pero al tiempo se nos olvida lo que habíamos prometido y volvemos a hacer la misma cosa que juramos no hacer.

También las promesas sin cumplir que no falta son las que les hacemos a nuestra pareja, cuando hay cierto problema en una relación se recure a lo más fácil para solucionarlo: una promesa.

El novio o la novia prometen a su pareja ciertas cosas que no harán con el propósito que la persona afecta en esa relación se da el perdón y así arreglar el “mal entendido”.

Pero como hemos observado estas promesas comienzan en nuestra casa tratando de sobornar a nuestros padres con promesas sin cumplir.

Vemos que el hacer una promesa compromete a la otra persona ha darnos una oportunidad y tomamos ventaja de esto, acudimos a las promesas como “auxilio” a situaciones en las que no sabemos cómo resolverlas porque sabemos que hemos fallado.

Se nos ha vuelto una costumbre realizar promesas, muchas de ellas no las cumplimos aunque algunas otras sí. Pero si analizamos cuantas promesas hemos hecho a diferentes personas y evaluamos si en realidad las hemos cumplido, creo que encontraremos mas promesas sin cumplir.

Pues esto mismo queremos hacer muchas veces con Dios. Cuando estamos atravesando por alguna dificultad o hay una petición que queremos que Dios nos conceda, acudimos a las promesas. Prometemos a Dios que asistiremos más a la iglesia con la intensión de “tocar” su corazón para que escuche y responda nuestra suplica.

Por un tiempo cumplimos con esa promesa que le hicimos a Dios, asistimos un día más a la iglesia mientras él contesta nuestra petición pero poco tiempo después nos aburrimos y dejamos de asistir los días que habíamos prometido.

Cuando hacemos estas promesas muchas de ellas no son pensadas, algunas veces solo las decimos por la aflicción o la emoción del momento pero no las decimos porque en realidad las sintamos. Es muy importante que cuando estemos en oración con Dios y estemos pensando en hacerle una promesa, meditemos verdaderamente lo que vamos a decir.

Pensemos si lo que vamos a pactar con Dios es algo que seremos capaces de hacerlo pero sobre todo si seremos capaces de cumplir con esa promesa; es decir si vamos a hacer el esfuerzo que se requiere para que la promesa se efectué.

Si en realidad queremos hacer una promesa con Dios, porque queremos que nos conceda algo, no hagamos esa promesa por emocionalismo. A Dios le agrada que nuestra promesas sean reales y que lo que digamos verdaderamente lo cumplamos, no pretendamos ser con Dios como somos con las demás personas.

Dice su palabra que no tardemos en cumplir con nuestra promesa, no prolonguemos el tiempo para realizar lo que prometimos, ya que Dios no es un juego y es una persona que se merece todo nuestro respeto.

Pero sea vuestro hablar: sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal procede” (Mateo 5:37)

Dios quiere que si le vamos a prometer algo que lo cumplamos. Dios no quiere que hagamos las cosas a medias quiere que seamos claros en nuestro hablar y que meditemos bien las cosas antes de decirlas.

mejor es que no prometas, y no que prometas y no cumplas” (Eclesiastés 5:5)

Dios conoce lo más profundo de nuestro corazón y sabe muy bien que hay cosas que no las vamos a poder cumplir. Es por eso que nos deja este versículo donde nos aclara que a veces es mejor que no le prometamos nada a que hagamos una promesa solo por la emoción del momento o la preocupación y que después no podamos cumplir con lo que prometimos.

Dios no concede nuestra peticiones por hacerle promesas, Dios contesta nuestras suplicas por misericordia. Pero esto no quiere decir que solo él tiene que hacer todo el trabajo, también nosotros debemos esforzarnos por ser mejores y que de esta manera Dios vea nuestra luchas y con más razón nos cumpla nuestros anhelos.

No intentemos sobornar o chantajear a Dios con promesas que después no cumpliremos es mejor ser claros con Dios decirle nuestras debilidades y que sea su misericordia que se mueva a nuestro favor.

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