viernes, 6 de septiembre de 2013

Agradecimiento










“Alabad a Jehová, porque él es bueno; porque para siempre es su misericordia” (Salmos 107:1)

Si alguien viniera y nos preguntara de cómo fue nuestra conversión, como fue que nosotros llegamos a los pies de Cristo. Creo que la mayoría responderíamos que nos acercamos a Dios por un problema, porque estábamos pasando por una dificultad y sabíamos que solo en la manos de Dios se resolveríamos.

Haciendo esta pregunta nos damos cuenta que muchos de nosotros no acercamos a Dios porque había una necesidad de que Dios resolviera un problema, son pocos los cristianos que han tomado la decisión de seguir a Jesús porque vieron su misericordia y amor.

Muchos no nos dimos cuenta de ese amor y esa misericordia hasta que la prueba llego a nuestra vida, si no hubiera sido por esa situación  no hubiéramos tomado la decisión de acercarnos a Dios.

Antes de dar ese paso de fe y confesar a Jesús como nuestro salvador, creíamos que no necesitábamos de Dios, pensábamos que nuestra vida estaba bien así.

Fue hasta que el problema llegara a nuestras vidas, que pudimos reconocer que en realidad necesitábamos de Dios.

Llegamos a Dios pidiendo por un milagro, para que nos resolviera esa dificultad por la que estábamos pasando y gracias a su misericordia nuestra petición fue contestada y desde ese momento decidimos que nuestra vida le iba a pertenecer.

Cuando esa petición fue contestada nuestra alabanza y nuestra oración fue de mucha gratitud.

Pero hay un problema que estamos padeciendo mucho los hijos de Dios y es que cuando entramos en una comunión con Dios, cuando doblamos nuestras rodillas para hablar con nuestro Padre, las oraciones que salen de nuestra boca muchas veces solo son para pedir algo que nosotros queremos o para pedirle ayuda por una necesidad.

No es malo que acudamos a Dios en ayuda; ya que sabemos que solo él puede suplir cada una de nuestras necesidades, pero es importante que no olvidemos que Dios no solo está para hacernos favores.

Dios está para que le alabemos, para que engrandezcamos su nombre, no solo porque puede hacer que las cosas imposibles sean posibles sino porque su bondad, su amor y misericordias son extraordinarios.

“¡Cuan preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas.” (Salmos 36:7)

Como hijos de Dios debemos reconocer la grandeza de Dios, debemos agradecer por su misericordia, porque a pesar de que no lo merecíamos él nos regalo salvación.

Es importante que reconozcamos que en muchas ocasiones buscamos a Dios solo cuando nos encontramos en momentos difíciles y no le buscamos cuando las cosas están bien.

Deberíamos de buscara a Dios por su majestad, más que por su poder de ayudarnos en las necesidades.

La misericordia de Dios es tan grande que aun sabiendo él que lo buscamos por esa prueba que ha llegado a nuestra vidas, nos recibe con un gran amor y decide resolver nuestro problema.

Dediquémonos a que en nuestras oraciones; no estén llenas solamente de peticiones sino también de agradecimiento.

“Dando siempre gracias por todo al Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:20)

La carta de los Efesios la escribió Pablo, el cual nos exhorta a dar gracias a Dios por TODO lo que pasa en nuestra vida.

Muchos de nosotros solamente damos gracias a Dios cuando nos ha bendecido y no cuando estamos en tribulaciones.

Dedicamos horas a la oración y a la alabanza cuando nos encontramos en situaciones difíciles pero cuando el problema pasa se nos olvida orar y alabar a Dios.

Dios quiere que le sigamos, que le adoremos en todo momento; cuando estemos en necesidad y cuando estemos en abundancia. Dios no quiere que seamos de aquellos hijos que solamente buscan a su Padre cuando necesitan algo de él.

Alabemos a Dios por su amor; por esa muestra que nos dio cuando mando a Jesús a dar su vida por cada uno de nosotros, adorémosle porque él es bueno porque nos escucha aun cuando no le agradecemos por su infinita misericordia.

Dios es más que un hacedor de milagros, él es un Dios de majestad, que debemos agradecerle por haber puesto sus ojos en nosotros y habernos dado el privilegio de ser sus hijos, él se merece toda nuestra alabanza porque su misericordia jamás se aparta de nosotros, agradezcamos por cada segundo de vida que nos regala experimentemos una nueva comunión con él agradeciendo primero por toda sus bondades, agradeciendo por todo lo bueno y lo malo que permite en nuestra vida.

Seamos agradecidos con aquel que dio todo por nosotros, aquel que su amor es tan grande que aun sin merecerlo nos dio su perdón: Dios.

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