Una
vez Dios se le apareció a un rey, invitándole a que pidiera lo que quisiese; la
respuesta de dicho rey fue la siguiente: “Mi
petición es que me des sabiduría para guiar a todo este pueblo.” Siendo así, consiguió agradar a Dios,
quien le concedió inclusive más de lo que había pedido (1 Reyes 3:5) Claro,
como ya bien suponen algunos, el nombre de este rey era Salomón.
¿Qué
pasó para que Dios se le apareciera? Un poco antes de esa historia, (1 Reyes 3:3)
se describe brevemente el actuar de Salomón resaltado que: “Salomón AMÓ a Jehová…” Amar a Dios le
abrió puertas que no tocó y le otorgó regalos que no había pedido.
Y
entonces sucedió de nuevo: por SEGUNDA vez, Dios se le presenta y le dice: “Si anduvieres como David tu padre y guardas
mis estatutos…” Esta palabra, dado
lo que viene más adelante, más bien parece un llamado de alerta. (1 Reyes
9:2-3)
Tiempo
después, Salomón, gozando de la sabiduría que Dios le había concedido y de todo
lo demás que con ello llegó, eligió seguir a los dioses de otras naciones a las
cuales pertenecían algunas de sus mujeres y juntamente con ello, someterse a
los cultos y rituales que les dedicaban. (1 Reyes 11:2)
¿Qué pudo suceder para que Salomón, a
pesar de haber visto a Dios DOS VECES, lo haya cambiado y eligiera a dioses
de naciones extrañas y no a Dios que: le dio un reino, le había hecho una
promesa y había sido fiel con él? Dios sólo le pidió esto: “Si guardas mis mandamientos haciendo según
ellos”.
Sin
embargo he ahí el fin: Su corazón se
apartó de Dios. (1 Reyes 11:9) Ya no estaba en sintonía; los mandatos de
Dios dejaron de ser su prioridad. Lo que preocupa es que pasó desapercibido, es
decir, sus prioridades cambiaron como consecuencia de que su corazón ya se
había apartado.
Salomón
tuvo concedida sabiduría, sí; pero que le fuera concedida no era indicio de que
su corazón ya estaba “destinado” a no fallar. ¡Es que, si fuera así, la
libertad de elección de la cual ahora gozamos, perdería sentido si Dios te
forzara a amarlo! En otras palabras, Dios le dio sabiduría a Salomón, pero el amor hacia Dios tenía que ser
genuino, nacido en su corazón.
Esto
podría suceder con nosotros, sentir agradecimiento con Dios porque te hizo un
milagro, contestó una petición o tuviste un encuentro con Él en algún campamento
o retiro, etcétera, no necesariamente significa que lo amas.
He
visto personas que no pasan de ahí; Dios queda –literalmente— como un buen
recuerdo, casi como un “antídoto” que funcionó ante una enfermedad, pero su corazón está lejos de Dios.
A Dios
hay que reconocerlo no sólo con la mente, sino
entenderlo y amarlo con el corazón, la parte que escapa de buscar,
entenderlo y descifrarlo con la mente y en vez de ello, tu parte espiritual,
esa no es racional, descifrable, sistemática o lógica.
Considera
que más allá de todo el conocimiento, existe tu alma, e ignorar a Dios no hace
que Él deje de existir. Más todo intento y esfuerzo humano y mental es
insuficiente, no es con todas tus fuerzas, es por amor. Comencemos por el
principio: AMARLO, con la mente y el
corazón… CON LA MENTE Y EL CORAZÓN.
Figúrense
esto: “Mi alma tiene sed del Dios vivo” (no de una costumbre, una rutina:
es la búsqueda sincera para encontrarse con Él) (Salmo 42:2)
O esto:
“Dios, DIOS MÍO ERES. Mi alma tiene sed
de ti. MI CARNE TE ANHELA.”
¿Qué
tenía el corazón de David que Dios lo ponía de ejemplo? David mismo lo hace
relucir: LO AMABA DE UN MODO QUE
ANHELABA SU PRESENCIA.
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