En
cambio, nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde anhelamos recibir al
Salvador, el Señor Jesucristo. (Filipenses 3:20)
Hace unos
días tuve que hacer unos trámites. Desde siempre he tenido la costumbre de
cargar conmigo mi documento de identidad a donde sea que vaya, simplemente por
si algo me sucediera allí figuran mis datos o muchas veces cuando debo pagar
alguna compra o alguna factura, me lo suelen pedir para comprobar mi identidad.
Salí de mi
casa, llegue al lugar donde debía hacer el trámite, me pidieron mi documento de
identidad y ¿qué pasó? Me lo había olvidado. Justo el día que lo necesitaba, lo
había olvidado en el cajón. Regresé a mi casa y ya volví al otro día con el
documento en mi mano.
¿A qué
quiero llegar con esto? A que ese simple hecho me hizo reflexionar.
En 2da a
los Corintios 5:17 podemos leer “De modo
que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he
aquí todas son hechas nuevas.” Cuando hemos aceptado a Cristo en nuestro
corazón como nuestro Señor y Salvador, nuevas criaturas somos, tenemos una IDENTIDAD nueva.
Ya esa
vieja identidad, no está más, el Espíritu de Dios se ha movido en nosotros y
nos ha hecho nuevos. Y a esto me refería con la anécdota que les he contado:
¡Esta nueva identidad NO podemos olvidarla guardada en un cajón! No podemos ser
Cristianos sólo en la Iglesia o dentro de nuestra casa. No podemos utilizar esa
identidad sólo cuando queremos. Ni tampoco el día en que Cristo vuelva podemos
decirle “No Señor, hoy olvidé mi cristianismo en el cajón.”
Dios nos
dio esta nueva identidad en Cristo, y nos hizo directa y firmemente “Ciudadanos
del Cielo”. Nuestra identidad terrenal ya no tiene poder sobre nosotros.
En algunos
países está permitido poseer algo que se llama “doble ciudadanía”, eso
significa que tú eres ciudadano del país en el que naciste pero por medio de
trámites, también puedes ser ciudadano de otro país. En el Reino de Dios tal
cosa NO puede suceder. Tú no puedes ser
Ciudadano del Cielo y al mismo tiempo ser Ciudadano del mundo. No podemos
tener una identidad terrenal y otra espiritual.
¿Tienes
esta nueva IDENTIDAD guardada en un cajón? Invito a que la saques de allí,
quítale el polvo y sé valiente al llevarla contigo. ¡Alégrate de ser un Hijo de
Dios y de ser un Ciudadano del Cielo! Allí nuestro Salvador nos espera, para
gozar junto a Él las maravillas de nuestro Padre.
Esa
ciudadanía celestial refleja el carácter de Cristo a través de ti. Debemos ser
conformes al corazón de Dios, para que quienes no le conocen, vean a Jesús
mismo en nosotros sin necesidad de pedirnos nuestra credencial divina. No te avergüences, tu lugar en el cielo
tiene un propósito. Dios te bendiga.
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