“La misericordia y la
verdad nunca se aparten de ti; átalas a tu cuello, escríbelas en la tabla de tu
corazón”. (Proverbios 3:3)
Paso a paso vamos creciendo en la vida. Desde
el momento en que somos gestados en el vientre de nuestra madre, iniciamos a
crecer y a desarrollarnos. Ya cuando nuestra mamá por primera vez nos tiene en
sus brazos y lloramos, todo cambia. Desde ese punto, iniciamos a crecer ya a
vista de todos.
Sin embargo, llega un punto de nuestra vida
cuando ya nos empezamos a valer por nosotros mismos que se nos olvida que Dios
a lo que nos llama es a humildad y ser sencillos. Dios hará, gracias a su misericordia, que crezcamos como personas y
alcancemos nuestras metas cuando ya somos adultos.
De igual manera, en el transcurso de nuestra
juventud lograremos varios triunfos. Es decir, nos vamos a graduar de educación
media y culminaremos nuestra carrera universitaria. Pero nunca debemos olvidar
que todo lo que hemos logrado es gracias a la misericordia inmerecida de
nuestro Dios.
Lamentablemente, hay puntos en nuestra vida
que se nos olvida de dónde nos ha sacado Dios. Se nos olvida que sin Él no
seríamos absolutamente nada. Creemos que porque nosotros sí hemos logrado algo
en la vida, tenemos el derecho de creernos más que otros.
“Hijo mío, guarda mis palabras, y atesora mis mandamientos
contigo”. (Proverbios 7:1)
Ahora bien, abordar el tema ministerial, es
un tema que hasta cierto punto se torna áspero, ya que se nos olvida que Dios
nos llama a ser humildes. En la Biblia leemos la palabra “humildes” muchísimas
veces, pero es una de las palabras que más olvidamos.
Uno de los mayores problemas es que nos
comenzamos a creer sabios, inteligentes y que todo lo podemos, porque nos han
dado un nombramiento. Cuando lo que Dios
quiere es que la sabiduría y la gloria se la demos únicamente a Él.
“No seas
sabio a tus propios ojos, teme al Señor y
apártate del mal”. (Proverbios 3:7) Ya debemos dejar eso de
creernos buenos sólo porque vamos a la iglesia o porque tenemos más
responsabilidades que otro. La verdad es una y el único bueno, justo y perfecto
es Dios.
La altivez y la soberbia sólo llevan a crear
pleitos. Pero hay aún algo más recalcitrante que no debe olvidarse y es que la
soberbia y la altivez son fruto de la carne, no del espíritu.
Que nunca se nos olvide que por lo único que
estamos, donde estamos, es sólo por la gracia y misericordia inmerecida departe
de nuestro Dios. Que nunca se nos olvide
que sin Él no somos nada y únicamente Él se merece toda la gloria en nuestra
vida.
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