“Pero
el Señor le dijo a Samuel: No te dejes impresionar por su apariencia ni por su
estatura, pues yo lo he rechazado. La gente se fija en las apariencias, pero yo
me fijo en el corazón.” (1 Samuel 16:7)
No podemos
negar que muchas veces, en la universidad, escuela, bachillerato, hubo
profesores que nos vendieron una imagen sorprendente, pero cuando pasó el
tiempo, los conocimos. Con ellos vimos que, todo lo que aparentaban, era
mentira.
Muchos de
ellos llegaron con saco, corbata, bien perfumados, el pelo muy prolijo, zapatos
limpios, etc., y nosotros simplemente nos quedamos con la boca abierta al
verlos. Pero, a medida que los empezamos a conocer, vimos que toda esa fachada,
no era más que eso, una fachada.
Si
enumeráramos las veces que nos hemos dejado impresionar, al momento de ir a
pedir trabajo, porque que alguien llega con una maestría, con un PHD (un
doctorado) o con lo que sea y nosotros con una licenciatura, creo que no
paramos de contar. Nos dejamos llevar sólo por lo externo, sólo por lo que
nuestros ojos ven y lo que nuestra mente finita logra comprender.
Sin
embargo, Dios tiene preparado algo muy diferente a lo que nosotros vemos. Dios
es el único capaz de poder ver la intención de nuestro corazón. Podremos llegar
aparentando mil cosas delante de la gente, pero a Dios jamás lo podremos
engañar.
De igual
manera, en el cristianismo, nos dejamos impresionar sólo porque un hermano
logró comprar un carro último modelo y nosotros andamos en autobús. Gloria a
Dios que el hermano tiene su automóvil y gloria a Dios que nosotros andamos en
autobús. Pero porque tú andes en autobús y el hermano en su coche, no quiere
decir que Dios a ti no te esté respaldando.
Otro
ejemplo muy frecuente es que cuando a un hermano Dios le concede el trabajo que
tanto anhelaba y a ti Dios no te responde, crees que Dios a ti no te respalda.
Mis
hermanos, puedo seguir mencionando un sinfín de ejemplos, pero ya quitemos la
mirada de las personas y pongamos nuestra mirada en Dios. Dejemos que Dios
cumpla Su propósito. No sigamos sacando conclusiones que son absurdas delante
de Dios, al decir que Dios no nos escucha, Dios no nos respalda, no nos bendice
y muchas más frases similares.
También
quiero tocar un ejemplo que puede ser duro, pero cierto. Mis hermanos, a
nuestros líderes les debemos respeto y tenemos que ser sumisos, sí. Pero ellos
no son dignos de andarlos siguiendo, no son dignos de reverenciarlos, de
tenerlos más alto que nuestro hermano que se sienta en la silla de la par en la
iglesia. Ellos también son pecadores arrepentidos como nosotros. Debemos
amarlos, sí. Pero no se tienen que convertir en temor ni idolatría.
Ahora bien,
nosotros debemos cuidarnos en no tener una autoestima mayor a la que Dios nos
ha dado. No debemos creernos más que ninguna persona, puesto que delante de
Dios todos somos iguales. Puedes llegar vestido con las mejores marcas a la
iglesia, pero eso no quiere decir que ya eres mayor que alguien o puedes llegar
con la ropa más humilde y eso tampoco quiere decir que Dios se ha olvidado de ti.
El
propósito de Dios es soberano. Tú lo que debes hacer es poner tu mirada en
Dios, mantener la fe en Él y dejar que sea Él quien cumpla Su propósito en ti
como en tu hermano. No opinemos demás, no estamos llamados a murmurar, estamos
llamados a vivir en santidad.
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