“El cielo
y la tierra pasaran, pero mis palabras no pasarán”. (Mateo 24:35)
Sabemos
que nada en esta tierra es para siempre, que todo pasa. Llega un momento en que
ciertas cosas de nuestra vida o situaciones simplemente forman parte de un
pasado que jamás va a regresar.
Muchas
veces como seres humanos ponemos toda nuestra confianza en las personas,
cometemos el error de no saber priorizar las cosas en nuestra vida y le damos
el lugar equivocado a ciertas cosas. El
lugar número uno lo debe ocupar Dios en cada uno de nosotros, porque
sabemos que el siempre va a permanecer, va a estar con nosotros por la
eternidad.
El
enemigo siempre nos quiere engañar para que ese lugar no se lo demos a Dios.
Pero es ahí cuando nos equivocamos y le damos ese lugar, ya sea a personas o a cosas materiales. Cuando nosotros le damos ese
lugar a una persona terminamos decepcionados.
Por
ejemplo, en algunos casos de parejas, priorizamos a esa persona que está con
nosotros y le dedicamos todo nuestro tiempo. Pero cuando eso se termina nos
damos cuenta que incluso ese amor que alguna vez se dijo que era para siempre,
ya ha terminado. Es ahí cuando nos decepcionamos al ver que esa persona no fue
lo que nosotros esperábamos.
Como hijos de Dios
tenemos que luchar día a día para que la prioridad número uno en nuestras vidas
sea Dios.
El enemigo siempre nos presenta diferentes cosas en nuestra vida para que Dios
sea desplazado de nuestros corazones. A veces creemos que todo lo que nosotros,
en estos momentos, tenemos, siempre lo vamos a tener; pero Su palabra nos dice
que no es así, que todo pasa.
Tan
sólo hay una cosa que nosotros podemos tener por siempre: “Secase la hierba, marchitase la flor mas la palabra del Dios nuestro
permanecerá para siempre”. (Isaías 40:8)
Lo
único que nosotros podemos a atesorar por la eternidad es la palabra de Dios.
Todo
pasa, todo se acaba, pero de lo que debemos estar seguros y confiados es que su
AMOR, SU PALABRA Y SUS PROMESAS ESAS SÍ SON PARA SIEMPRE; SON ETERNAS. Depende
de nosotros el hacerlas nuestras y darle a Dios el lugar que a Él le
corresponde.
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