Luego dijo Jesús a sus discípulos: -Si alguien quiere
ser mi discípulo, tiene que negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirme.
(Mateo 16:24)
Creo que todos los que viajamos en transporte público
o salimos a la calle a caminar, nos hemos encontrado más de una vez con
mendigos. Aquella gente que pide dinero a cambio de algún show, de tocar algún
instrumento, de recitar alguna poesía.
Es triste ver a personas en esa situación, pero hoy no
quiero enfocarme en eso. Más de una vez he visto buenos músicos cantando o
tocando su guitarra o violín por moneditas, pero en su mayoría, suenan
desafinados o les falta práctica. Lo hacen con mala gana sólo para ganarse unas
pocas monedas.
Esto Dios me lo llevó a pensar a nivel espiritual.
¿Cuántos de nosotros somos como estos músicos mendigos? ¿Cuántas veces le pedimos a Dios monedas (bendiciones) y sólo le estamos dando una melodía
mediocre y desafinada (testimonio)? Sé que ha de sonar muy fuerte, pero
todos alguna vez, hemos mendigado espiritualmente.
No podemos estar mendigándole al Señor sus incontables
bendiciones, cuando no le estamos permitiendo afinar nuestra vida para que
suene agradable a Sus oídos. Claro que cuando Dios te moldee te dolerá, a todos
nos cuesta dejar atrás aquello que Él aborrece; pero es necesario para que tú
puedas crecer y avanzar a un nuevo nivel espiritual.
Cuando estamos estancados día tras día en el mismo
lugar, no es porque Dios no quiere llevarte más lejos, sino porque tú estás
pidiendo “moneditas” con un testimonio limitado, en vez de ser quien Dios te
creó para que seas y recibir los miles de tesoros celestiales que Él te tiene
preparado. ¿Me explico?
El versículo que puse al comienzo de este devocional,
es el versículo clave para poder sonar afinados: Ponerte en manos de Dios.
Negarnos a nosotros mismos, es decirle al Señor:
“Papá, mi Dios,
sé que te he fallado. Sé que he estado sonando desafinado, he perdido mi
comunión contigo. Hoy vengo a ti, quiero negarme a mí mismo y ser quien Tú quieres
que yo sea. Moldéame aunque el proceso duela, al final, lo que importa sólo es
agradarte. Perdóname, haz que mi melodía sea agradable para cada alma que me
escuche.”
No podemos seguir siendo altivos y mediocres. Nuestro
Dios es un Dios de excelencia. Tenemos
que cambiar nuestras vidas al punto que cuando estemos tocando nuestro
instrumento, cuando estemos dando nuestro testimonio y contando lo que Dios ha
hecho por nosotros, la gente se detenga a escucharnos; que esas almas se
sientan atraídas por el Maestro que afinó esa melodía y quieran conocerlo.
Eso es ser agradable a los ojos de Dios.
Ya no mendiguemos bendiciones, mejor démosle a Dios
todo nuestro ser y que sea Él quien nos haga sonar en perfecta sintonía.
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