“Y si tuviera el don de profecía, y entendiera todos los
misterios y todo conocimiento, y si tuviera toda la fe como para trasladar
montañas, pero no tengo amor, nada soy”. (1 Corintios 13:2)
No, no somos nada sin Dios. Sin Dios no somos
más que unos seres sin alegría, sin sentido y con una vida amarga.
Hay un sólo amor que puede cambiar nuestra
vida, el amor de Dios, o sea Dios mismo. Mientras no conozcas a Dios, mientras
no hagas a Dios tu Dios, no pasarás de la misma risa de todos los días. Pero,
si haces a Dios tú Dios tu sonrisa será honesta, real y permanente. No digo que
no habrán momentos que llores, que te sientas triste, que te angusties, etc.,
claro que los habrá. Pero la diferencia será que vivirás en paz porque tendrás
la seguridad que Dios, tu Dios, te ayudará a salir.
Muchas personas se han jurado amor eterno,
muchas veces. Muchas personas hacen locuras por amor, muchas personas cantan en
las calles por amor, muchas personas realizan cosas que, quizá, nunca se imaginaron
hacer. Pero, nadie, absolutamente nadie, puede hacer lo que Jesús hizo por amor:
Morir por nosotros para perdón de nuestros pecados.
Si nosotros, como hijos de Dios, no nos damos
cuenta del enorme amor de nuestro Dios y no lo valoramos; es porque no hemos
conocido, en realidad, el amor de Dios.
Desperdiciamos tanto tiempo, le quitamos el
valor verdadero al sacrificio de nuestro Señor Jesús, avergonzamos el nombre de
nuestro Dios viviendo como a nosotros se nos da la gana, olvidamos ese amor
increíble de Dios hacia nosotros.
Pero dentro del amor de Dios, también está la
disciplina, el esfuerzo, la valentía, el coraje, la responsabilidad, el cumplir
con nuestros deberes como hijos de Dios, etc. Lamentablemente, hemos olvidado
el verdadero sentido del amor de Dios. El amor de Dios no es decir que amamos a
Dios y vivir como se nos antoja, el amor de Dios es guardar todos sus
mandamientos. El amor de Dios consiste en vivir en santidad para Su gloria. No
es perfección, es constancia en nuestra comunión.
“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a
Dios, sino en que El nos amó a nosotros y envió a su Hijo como propiciación por
nuestros pecados. Amados,
si Dios así nos amó, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie le ha visto
jamás. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor se
perfecciona en nosotros. En
esto sabemos que permanecemos en El y El en nosotros: en que nos ha dado de su
Espíritu. Y
nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre envió al Hijo para ser
el Salvador del mundo. Todo
aquel que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en
Dios. Y
nosotros hemos llegado a conocer y hemos creído el amor que Dios tiene para
nosotros. Dios es amor, y el que permanece en amor permanece en Dios y Dios
permanece en él. En
esto se perfecciona el amor en nosotros, para que tengamos confianza en el día
del juicio, pues como El es, así somos también nosotros en este mundo. En el amor no hay temor,
sino que el perfecto amor echa fuera el temor, porque el temor involucra
castigo, y el que teme no es hecho perfecto en el amor. Nosotros amamos, porque
El nos amó primero. Si
alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; porque el
que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios a quien no ha
visto”. (1 Juan
4:10-20)
Seguir desperdiciando el tiempo viviendo como
nos da la gana y decir que somos hijos de Dios, es el primer síntoma para ver
que no conocemos a Dios.
Es momento de humillarnos, en verdad, delante
de Dios y arrepentirnos de nuestros pecados. Con Dios no podemos jugar. Dios es
inmenso en amor, sí. Pero, Dios también es fuego consumidor. Ya no juguemos a
ser cristianos. Mejor humillémonos delante de Dios, arrepintámonos de nuestros
pecados y vivamos para Su gloria.
Recuerda que la Biblia hay que leerla, creerla
y vivirla. Dios te bendiga.
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