Por esta razón están ustedes llenos de alegría, aun
cuando sea necesario que durante un poco de tiempo pasen por muchas pruebas.
Porque la fe de ustedes es como el oro: su calidad debe ser probada por medio
del fuego. La fe que resiste la prueba vale mucho más que el oro, el cual se
puede destruir. De manera que la fe de ustedes, al ser así probada, merecerá
aprobación, gloria y honor cuando Jesucristo aparezca. (1 Pedro 1: 6- 7)
Imagínese lo que es tener suficiente fe como para
impresionar a Dios. ¿Le parece eso algo exagerado?
En Mateo ocho, un centurión (oficial al mando en el
ejército romano) vino a ver a Jesús para interceder por su siervo quien estaba
enfermo y atormentado. Cuando Jesús se ofreció ir a la casa del centurión y
sanar al siervo, el oficial respondió: "Señor, no soy digno de que entres
bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado sanará"
Este era un hombre que conocía el poder de las
palabras. Después de todo, él era un oficial en el ejército. Cuando él hablaba,
todos le prestaban atención y hacían lo que él ordenaba. En este caso, Jesús
hizo también lo que el centurión le pidió.
¿Por qué
respondió Jesús con tanta rapidez? Porque
las palabras de aquel hombre estaban llenas de fe.
En más, al oír la respuesta del centurión, Jesús se
asombró y dijo: "De cierto os digo
que ni aun en Israel he hallado tanta fe"
La fe que tanto impresionó a Jesús fue que el
centurión estuvo dispuesto a creer sin pedir alguna señal espectacular o algún
milagro del cielo. La Palabra era lo único que él necesitaba para creer que
Jesucristo podía sanar a su siervo. “Solamente di la palabra…”, dijo el
centurión. Y en aquella misma hora su siervo fue sanado.
Esa misma fe, y aun una fe mayor una fe que
impresione a Dios está al alcance de cada uno de nosotros, Él envió su Palabra
para sanarnos y liberarnos.
El apóstol
Pedro se refirió a la Palabra de Dios como la palabra profética más segura.
¿Más segura que qué? Bueno, para empezar, Pedro había visto su buena parte de
señales y maravillas. La mayor tal vez fue cuando acompañó a Jesús, junto con
Santiago y Juan, a un monte donde oyeron la voz de Dios y vieron a Jesús hablar
cara a cara con Moisés y Elías.
Pedro quedó tan impresionado que se ofreció para
construir unos albergues para todos, para quedarse un rato en ese lugar. (Mateo
17:4). Pero a pesar de las manifestaciones gloriosas de Dios que había
presenciado, Pedro luego dijo las siguientes
palabras en su carta:
“Porque no os
hemos dado a conocer, siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto
con nuestros propios ojos su majestad. Pues cuando él (Jesús) recibió de Dios
Padre honra y gloria, le fue enviada desde la magnífica gloria una voz que
decía: Este es mi Hijo amado, en el cual tengo complacencia. Y nosotros oímos
esta voz enviada del cielo, cuando estábamos con él en el monte santo. Tenemos
también la palabra profética más segura, a la cual hacéis bien en estar
atentos. (2Pedro 1:16-19).”
Cuando usted se despierta por la mañana, quizá no
oiga de forma audible la voz de Dios. Pero sí puede contar con la Palabra, las
promesas, la revelación y la sabiduría de Dios, las cuales son tan seguras como
el sol que sale todos los días; así que viva de acuerdo a ellas.
Si, los milagros son maravillosos, pero el plan de
Dios es que andemos por fe, no por vista (2 Corintios 5:7). El espera que
vivamos cada día por la fe en su Palabra, no por las señales y maravillas que
podamos ver en el camino.
En resumidas cuentas, la verdadera esperanza
bíblica no consiste en desear que algo se haga realidad. Dios no está sentado
en el fondo de alguna fuente de los deseos esperando que tiremos algunas
monedas para concedernos el milagro que deseamos. La verdadera esperanza es una
imagen divina en nuestro interior; es un milagro que la Palabra de Dios da a
luz en el alma del ser humano; es el plano de nuestra fe.
En hebreos 11:1 dice que para que nuestros sueños
se hagan realidad, la esperanza debe alimentarse de la fe. Se nos dice también
que esa esperanza "la tenemos como segura y firme ancla del alma"
(Hebreos 6:19).
Entonces, no solo tenemos la palabra profética más
segura, sino también una esperanza segura. El apóstol Pedro lo dice muy bien,
que la Palabra de Dios (sus promesas) entra en nuestro ser y alumbra nuestras
circunstancias (2 Pedro 1:19). Al meditar en la Palabra, su luz aumenta más y
más dentro de nosotros. Empieza a alumbrar nuestros corazones con más y más
fuerza hasta que llega a dar a luz una imagen interna de lo que por la fe
estamos esperando recibir de Dios.
Antes quizá nos veíamos como Abraham se vio una
vez: sin hijos. Tal vez nos hayamos visto sin plata, enfermos, desesperados o
lo que sea. Pero una vez que nos asimos de la Palabra y nos percatamos de que
es Dios quien nos habla por medio de ella, le damos lugar a la esperanza; y esa
esperanza da vida a los deseos que Dios ha puesto en nuestros corazones.
Abraham creyó en esperanza contra esperanza
(Romanos 4:18). Aunque parezca increíble, él recibió lo que esperaba. Nosotros
podemos también recibir lo que esperamos. Reciba la Palabra de Dios y aplíquela
a su situación ahora mismo.
¡Vamos! Empieza a aspirar a grandes cosas y libera
tu fe.
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Hermoso!
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