El verdadero amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo, para que nosotros fuéramos perdonados por medio de su sacrificio. 1 Juan 4:10
El amor de Dios nace de Él, no de lo que encuentra en mí, ni de lo que encuentra en ti mi amado lector. El amor de Dios le nace desde muy adentro, no depende de lo que encuentra en nosotros porque Su amor es un amor sin causa y maravillosamente espontáneo. Como dijo una vez alguien muy conocido: “Nos amó. Así es, nos amó. Porque no podría haber hecho otra cosa”.
¿Acaso Dios nos ama por nuestra amabilidad? ¿Por nuestra bondad? ¿Por nuestra gran fe? No, nos ama por su amabilidad, su bondad, su gran fe. Juan lo plantea de la siguiente forma: <<El verdadero amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y envió a su Hijo, para que nosotros fuéramos perdonados por medio de su sacrificio.>> (1 Juan 4:10)
¡¡Que maravilloso es saber esto!! El amor de Dios no depende de tu amor. La cantidad de tu amor no hace que el suyo aumente. Tu falta de amor no hace que el suyo disminuya. Tu bondad no eleva su amor, ni tu debilidad lo diluye. Dios nos dice lo mismo que Moisés le dijo a Israel: << Pero si Dios los prefirió, no fue por ser ustedes un pueblo muy importante. Al contrario, eran el pueblo más insignificante de todos, si Dios los liberó de la esclavitud en Egipto, fue porque los ama. >> (Deuteronomio 7: 7-8)
Dios te ama simplemente porque así lo ha decidido. Te ama cuando no te sientes digno de que te amen. Te ama cuando nadie más lo hace. Puede que otros te abandonen, se separen de ti y te ignoren, pero Dios te amará. SIEMPRE. Pase lo que pase. Su amor por ti es infinito e inmutable.
Esto es lo que Él siente: <<A un pueblo que no me pertenece, lo llamaré mi pueblo. A un pueblo que no amo le mostraré mi amor.>> (Romanos 9:25)
Esta es su promesa: <<Con amor eterno te he amado; por lo tanto, te prolongué mi misericordia>> (Jeremías 31:3).
DEJEMOS QUE LAS PALABRAS SE QUEDEN EN NUESTROS OIDOS…SOMOS AMADOS.
Algunos de nosotros podemos describir y establecer con exactitud momentos específicos cuando supimos de manera total que Dios nos amaba. Su amor nos encuentra en el transcurso de nuestras vidas, dondequiera que estemos. Es como una suave y refrescante voz que nos lo recuerda en una brisa que nos endulza.
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