En un mercado competitivo el secreto
del éxito es darle al cliente lo que él quiere, al precio que le guste. Y en
el mundo corta gargantas del iglecrecimiento el adaptar las prácticas de
adoración para ajustarla mejor a los gustos de los que no asisten a la iglesia
se ha convertido en un milagro de mercadotecnia. ¿Está la gente aburrida de la
predicación? Bueno, recorta ese tedioso sermón antiguo, haz a un lado esa
sofocante teología y aliviana tus “mensajes” con montones de chistes,
anécdotas y tópicos piadosos. ¿Prefiere la gente ser entretenida que
edificada? ¡Bien, echa mano de esa música especial! Si la implementas bien,
con todos los coros, solistas y números especiales, ¡la congregación ya no
tendrá que cantar! ¿Acaso la televisión ha destruido los períodos de
atención? ¿Qué tal presentar algún drama o quizás hasta una pequeña danza
litúrgica? Con suficiente ingenuidad puedes hacer tu servicio de adoración
tan inofensivo que la gente vendrá desde millas a la redonda para aplaudir tus
esfuerzos.
Muy bien, de esta forma obtienes una
iglesia llena de madera espiritual muerta, pero hombre, ¡serás exitoso! Puedes
construir una opulenta planta física llena de caras sonrientes. Y, hey, el
obrero es digno de su salario, ¿no? No solo hay recompensas físicas (más
gente = ofrendas más grandes = mejor paquete salarial para el pastor), sino
que serás solicitado como conferencista denominacional. ¡Incluso podrías
conseguir un programa de radio y hasta un contrato para escribir un libro por
esto! Oh sí, claro que hay ventajas en complacer a los hombres antes que a
Dios – hasta el día en que el Todopoderoso Rey Soberano de la Creación juzgue
tu vida, ministerio, comunidad y nación por apostasía. Y justamente ahora
estamos siendo juzgados.
Por negar la eficacia de la ley, la
extensa Cristiandad evangélica se hunde en un cenagal de absurdidad subjetiva,
humanista, auto-gratificante y blasfema, en poco diferente a los cultos paganos
sincréticos de fertilidad de hace tres mil años. Por lo tanto, repensar el
concepto completo de adoración es una tarea crítica. Así que comencemos en
el principio.
Las palabras Bíblicas para
adoración tienden a enfatizar dos aspectos distintos, una actitud y una
acción. Un grupo de términos Hebreos literalmente significa “postrarse,” y de
allí “reverenciar” (e.g., Éx. 20:5; Dt. 26:10). Muchos términos del Nuevo
Testamento conllevan el mismo énfasis. Hay una actitud hacia Dios que debemos
tener si vamos a adorarle apropiadamente. Nuestro Dios es un Dios santo y
majestuoso, poderoso, grande, imponente en todos sus caminos. Por tanto, la
adoración Bíblica ha de enfocarse en el carácter, naturaleza, atributos y
actos de Dios (Dt. 32:3) para dirigir a los hombres pecadores a sus rodillas en
humilde sumisión a este Rey grande y glorioso (Is. 45:23). Debiese alentar una
actitud de reverencia y temor (Lev. 25:17; Pr. 9:10, etc.).
El segundo aspecto de la adoración
Bíblica enfatiza la obligación que le debemos a Dios. Dios ordena a su
creación (y especialmente a su pueblo pactal) a adorarle. Por tanto, Dios
mismo determina el contenido de la apropiada adoración. Puesto que es una
labor, un deber, una obra ofrecida a Dios, debe ser hecha de acuerdo a la ley
de Dios. El “fuego extraño,” no importa con cuánta sinceridad se ofrezca, es
una abominación y será juzgado (cf. Lev. 10:1-2). Así pues, no podemos ni
debemos atrevernos a acercarnos a Dios en alguna otra manera, excepto la que
Él haya señalado. La adoración no es algo con lo cual bromear.
EN "Espíritu y Verdad"
Uno de los textos cruciales del Nuevo
Testamento sobre la adoración viene del encuentro de Jesús con la mujer
Samaritana en el pozo. Ella había preguntado si los Judíos o los Samaritanos
eran quienes estaban en lo correcto con respecto a su adoración. Jesús
contestó que la adoración Bíblica debía ser en espíritu y verdad (Jn.
4:20-24), criticando así tanto a Judíos como a Samaritanos. Los Samaritanos
eran indudablemente sinceros (sus ancestros habían sido devorados por animales
salvajes por no adorar a Dios), pero habían mezclado la verdadera adoración
con innovaciones paganas. Tal adoración no era ni es aceptable a Dios.
Sin embargo, aún cuando los Judíos
tenían un mejor conocimiento, su adoración, no importan cuán correcta era
técnicamente, también era inadecuada porque no era “espiritual.” El término
“espíritu” podría significar el Espíritu Santo con la implicación de la
necesidad de la regeneración. Romanos 12:1-2 ayuda a clarificarlo un poco
más. El “Espíritu” también se refiere a la naturaleza interior – adoración
que procede del corazón del hombre. Dios no está interesado en el ritual por
causa del ritual mismo (Pr. 21:3; Ec. 5:1; Os. 6:6, etc.). La adoración Judía
del templo puede haber sido según la letra de la ley del Antiguo Testamento,
pero para los tiempos del Nuevo Testamento esta no fluía de corazones
regenerados. Cuando el Ungido apareció, hacia quien todos los sacrificios
tenían la intención de señalar, fue rechazado por su propio pueblo.
Rechazaron a Cristo porque ya habían rechazado a Dios. Dios no quiere que la
gente simplemente vaya y haga los movimientos correctos, aún cuando los
movimientos sean los correctos. Él desea una adoración de corazón (Mt.
15:8-9; Is. 29:13). Los Judíos debiesen haber guardado la ley, mientras
adoraban de corazón. Ambos aspectos son esenciales.
La respuesta a la insensatez moderna
no es un retiro hacia el tradicionalismo confortable. Esto no es un debate
entre el estilo de adoración “tradicional” versus el estilo “contemporáneo,”
sino más bien sobre la naturaleza misma de la adoración. La palabra de Dios
establece cómo es que Él ha de ser adorado en verdad; y por lo tanto la
adoración ha de estar basada sobre sus mandamientos específicos (Jn. 17:17).
Sin embargo, si se le presiona un poco, el hombre de iglesia promedio dirá que
la prueba crucial de la adoración es, “¿Cómo me hace sentir?” La gente asiste
a la iglesia hoy para tener una cierta experiencia, ya sea emocionalismo rampante,
tradicionalismo confortable, o sólo entretenimiento. Los sentimientos, no la
ley, son la base para la adoración evangélica contemporánea. Como decía uno
de mis profesores del seminario, “La gente no viene a la iglesia para sentirse
mal, sino para sentirse bien.”
Pero si el pueblo de Dios le adora en
espíritu y verdad, no siempre estarán cómodos o entretenidos ni
necesariamente felices. Nuestro Dios es fuego consumidor (Dt. 4:24), y el venir
a su presencia con un corazón lleno de pecado es una cosa temeraria (Heb.
10:27). La verdadera adoración nos dirigirá hacia nuestras rodillas en
humildad, mientras somos convictos de nuestros pecados (Is. 6:5).
La
verdadera adoración expondrá la oscuridad en nuestras almas y nos hará
desear la justicia que viene sólo de Cristo (Mt. 5:6). La verdadera adoración
alivia nuestra culpa a medida que confiamos sólo en Cristo. La verdadera
adoración magnifica a Dios y glorifica su nombre, pero raras veces es
confortable y nunca busca complacer a los hombres.
La adoración en espíritu y verdad
se halla centrada en Dios, no centrada en el hombre. Se enfoca en el carácter,
naturaleza y atributos de Dios: en lo que cantamos (y cómo lo cantamos), en lo
que oramos (y cómo lo oramos), en lo que predicamos (y cómo lo predicamos).
En todas estas cosas, la adoración Bíblica se orienta por la palabra.
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