Por anunciar esa buena noticia sufro mucho y estoy en la cárcel; me tienen encadenado, como si fuera yo un criminal. Pero el mensaje de Dios no está encadenado. 2 Timoteo 2:9
Cuenta la Biblia en Hechos 16:16-26 lo siguiente: “Un día, íbamos con Pablo al lugar de oración, y en el camino nos encontramos a una esclava. Esta muchacha tenía un espíritu que le daba poder para anunciar lo que iba a suceder en el futuro. De esa manera, los dueños de la muchacha ganaban mucho dinero. La muchacha nos seguía y le gritaba a la gente: “¡Estos hombres trabajan para el Dios Altísimo, y han venido a decirles que Dios puede salvarlos!” La muchacha hizo eso durante varios días, hasta que Pablo no aguantó más y, muy enojado, le dijo al espíritu: “¡En el nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de esta muchacha!” Al instante, el espíritu salió de ella. Pero los dueños de la muchacha, al ver que se les había acabado la oportunidad de ganar más dinero, llevaron a Pablo y a Silas ante las autoridades, en la plaza principal. Allí les dijeron a los jueces: “Estos judíos están causando problemas en nuestra ciudad. Enseñan costumbres que nosotros, los romanos, no podemos aceptar ni seguir.” También la gente comenzó a atacar a Pablo y a Silas. Los jueces ordenaron que les quitaran la ropa y los golpearan en la espalda. Después de golpearlos bastante, los soldados los metieron en la cárcel y le ordenaron al carcelero que los vigilara muy bien. El carcelero los puso en la parte más escondida de la prisión, y les sujetó los pies con unas piezas de madera grandes y pesadas. Cerca de la media noche, Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios, mientras los otros prisioneros escuchaban. De repente, un fuerte temblor sacudió con violencia las paredes y los cimientos de la cárcel. En ese mismo instante, todas las puertas de la cárcel se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.”
Pablo y Silas eran fieles seguidores de Cristo. Se encargaban de anunciar el mensaje de salvación y las enseñanzas que nos había dejado nuestro Salvador por cada rincón donde podían. No importaba si tenían dinero, si no lo tenían, si tenían qué comer o si estaban hambrientos, si tenían abrigo o pasaban frío; ellos bajo toda condición anunciaban que había alguien que los amaba y que ansiaba su alma.
Como dice el pasaje, Pablo y Silas se dirigían a orar hasta que los interrumpió una muchacha con un espíritu (malo). Dime tú, ¿Cuántas veces te has sentido interrumpido en tu relación con Dios por tus problemas o tu estado de ánimo? ¿Cuántas veces hemos estado con todo nuestro corazón predispuesto para adorar a Dios y algo nos interrumpió? Te aseguro que más de una vez te ha pasado. Pero sigamos.
Aclaremos que la muchacha era una esclava, hacía lo que sus dueños le decían. ¿Y qué le decían? Que anuncie el futuro a cambio de dinero, ella no podía elegir, no era libre. Nuevamente haré una comparación, ¿Cuántas veces hemos sido atados o esclavizados por nuestros errores y equivocaciones? ¿Cuántas veces hemos tenido un dueño llamado “pecado” o “problema” que no nos dejaba actuar plenamente para nuestro verdadero Dueño, Dios?
Pero fíjate lo que Pablo y Silas hicieron y hoy aprende esta lección: ““¡En el nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas!”. Cristo te ha hecho libre, Él te ha dejado una puerta directa para que tengas una relación con nuestro Padre, ya no dejes que nada te ate. No permitas que nada ni nadie te impida seguir trabajando en la obra de Dios. No dejes que te roben tus sueños, desátate de todo problema y deja que Dios lo quite de tu vida.
Sigue la historia, y dicen que a los dueños de la muchacha les molestó tanto que Pablo y Silas la hicieran libre, ¡Que mandaron presos a Pablo y a Silas! Ellos creían que así ellos se convertirían en prisioneros y ya no podrían anunciar el mensaje de Dios. Y ese es un error grandísimo del enemigo. Él cree que haciéndote tropezar hará que pierdas tu confianza en Dios, puede ser que por momentos te pongas débil, puede ser que te dejes caer, pero nunca, jamás pierdas tu confianza en Dios porque eso es lo que te hace y seguirá haciendo libre.
“El carcelero los puso en la parte más escondida de la prisión, y les sujetó los pies con unas piezas de madera grandes y pesadas. Cerca de la media noche, Pablo y Silas oraban y cantaban alabanzas a Dios, mientras los otros prisioneros escuchaban. De repente, un fuerte temblor sacudió con violencia las paredes y los cimientos de la cárcel. En ese mismo instante, todas las puertas de la cárcel se abrieron y las cadenas de los prisioneros se soltaron.” Esto me hace pensar: el enemigo te golpeó donde más te duele, te sujetó los pies, te puso peso para que te sientas caído; pero tú, al igual que Pablo y Silas, comenzaste a orar, a cantar y a alabar a Dios y esas cadenas, esas ataduras, se rompieron: ¡Dios te ha dejado en libertad!
No sólo el enemigo te pone trabas, también te las pones tú mismo. Muchas veces no te sientes capaz de cumplir con lo que Dios te pide y te echas atrás, prefieres quedarte en pecado, con tus pocos problemas, en vez de tomar el riesgo y obedecer a Dios. Pero recuerda: “¡Jesucristo nos ha hecho libres! ¡Él nos ha hecho libres de verdad! Así que no abandonen esa libertad, ni vuelvan nunca a ser esclavos de la ley.” Gálatas 5:1. El mundo te ofrece libertad y te esclaviza, Cristo te ofrece una ley de amor y te libera. Desátate, rompe las cadenas del enemigo y las barreras que tú mismo te pones. Los problemas y sufrimientos pueden encarcelarte, pero las promesas de Dios para tu vida no están encarceladas. ¡Eres libre! Y cuando te vuelvas a sentir esclavo, ora y clama a Dios, Él no dudará liberarte nuevamente.
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