Pero Moisés le dijo a Dios: - ¿Y quién soy yo para presentarme ante el faraón y salvar a Egipto a los israelitas? – Yo estaré contigo, - le respondió Dios – (Éxodo 3:11)
¿Alguna vez has tenido un sueño inspirado por el Espíritu Santo, sueños de hacer algo realmente grande para Jesús? ¿Un sueño de ser tan prosperado, por ejemplo, que tú puedas financiar un avivamiento en toda la nación? ¿Un sueño de llevar a miles de personas al Señor?
Probablemente en alguna ocasión lo has tenido, pero quizás no te has atrevido a llevarlo a cabo. Tal vez pensaste: “Yo no puedo hacer eso. Satanás me ha mantenido derrotado por tanto tiempo que tengo una pobre imagen de mí mismo” si así es, tengo buenas noticias para ti.
Si tu le crees a Dios, aunque tengas una pobre imagen de sí mismo, no te va a apartar del éxito. Lee el Libro de Éxodo y verás a un hombre que comprobó eso. Su nombre era Moisés.
Moisés no tenía una buena imagen de sí mismo, él había cometido una terrible equivocación al comienzo de su carrera. Fue un error el que le llevó al desierto y lo mantuvo allí por 40 años pastoreando las ovejas de otra persona. Moisés había soñado una vez con ser libertador del pueblo de Dios, pero ya no. ¡En su opinión, él era un derrotado….un fracasado…un fiasco! Dios no pensaba así. De hecho, cuando Dios vino a Moisés en el desierto, Él no le pidió las credenciales. Él no le mencionó su historia turbia. Sencillamente le dijo que fuera a ver al faraón y le dijera que dejara ir al pueblo de Dios.
Moisés, sin embargo, estaba aún luchando con la pobre imagen que tenia de sí mismo. “¿Quién soy yo para que vaya al faraón?” murmuró. ¿Sabes la respuesta que Dios le dio? Le dijo así: VE, YO ESTARÉ CONTIGO. No importaba quién era Moisés. Lo que importaba era que el Dios viviente estaba con él.
Lo mismo es cierto contigo. No necesitas tener una historia de éxitos para responder al llamado de Dios. Tú no necesitas una cadena de credenciales espirituales. Todo lo que necesitas es la presencia del Señor.
Piensa en eso cuando el diablo te diga que eres un fracaso, o que nunca podrás hacer lo que Dios te ha puesto en tu corazón. Ponlo en su lugar. Dile que no importa quién seas porque el Dios viviente está contigo. ¡Luego atrévete a seguir tu sueño!
Lee y medita: Éxodo 3: 1-14
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