¿Por qué el hombre permite que las cosas lo dominen, lo abrumen; pero sobre todo que lo contaminen? Esa es una buena pregunta, que cada uno de nosotros nos la deberíamos de contestar honesta y personalmente. Jesús llego al templo después de haber entrado triunfante en Jerusalén en un domingo de ramos como es celebrado tradicionalmente por nosotros. Su sorpresa fue que encontró dentro del templo a muchos mercaderes que habían hecho de su casa un completo desorden, lo que a Jesús le molestó fue el hecho que el lugar de adoración había sido convertido en un completo mercado donde había de todo y se había perdido la adoración, por eso fue que comenzó a limpiar el templo: Llegaron, pues, a Jerusalén. Jesús entro en el templo y comenzó a echar de allí a los que compraban y vendían. Volcó las mesas de los que cambiaban dinero y los puestos de los que vendían palomas. (vers. 15)
Muchos de nosotros andamos mostrando una religiosidad que en muchos de los casos no la ponemos a trabajar en nuestras vidas, porque nos hemos contaminado de las cosas que el mundo nos ofrece y hacemos de la casa donde reposa el Espíritu Santo de Dios, un completo desorden. Jesús se enojó, pero no pecó; y era justo que el estuviera indignado, como tal vez lo estará ahora con muchos de nosotros que nos dejamos contaminar por lo que se opone a la comunión con Dios, deberíamos oponernos al pecado e injusticia; pero muchas veces hacemos lo contrario y disfrutamos haciendo lo que a Jesús desagrada, es tiempo ya de barrer y limpiar la casa: Y no permitía que nadie atravesara el templo llevando mercancías. (vers. 16)
Los discípulos del Señor estaban atónitos de lo que sus ojos veían, porque Jesús no juzgaba a sus opresores; sino a sus seguidores (su pueblo). Me imagino como estará en este momento Dios de vernos a nosotros que contaminamos el templo del Espíritu Santo, que es nuestro corazón; con las cosas que nos roban la paz y la tranquilidad, pero sobre todo la comunión con Él, Jesús alzó la voz cuando entro al templo solo para recordarles a su pueblo que habían olvidado algo tan importante, tener el templo limpio para adorarle a el: También les enseñaba con estas palabras: ¿No esta escrito: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones”? Pero ustedes la han convertido en “cueva de ladrones” (vers. 17)
Es tiempo de barrer y limpiar la casa, nuestro templo que es morada del Espíritu Santo, debe estar limpio de pecado para poder tener una comunión y adoración genuina con Cristo. Cualquier practica que interfiera con la adoración a Dios debiera prohibirse, pero en la mayoría de los casos no es así. Las acciones de Jesús en el templo demostraban su total descontento con las prácticas que ahí se deban entre los hermanos: Al ver esto, los discípulos recordaron el pasaje de la Biblia que dice: “El amor que siento por tu templo me quema como un fuego” (Jn. 2:17)
Las malas acciones, el pecado desmedido, son un total insulto a Dios, y toda la maldad se aloja en nuestro corazón que es la casa donde habita Cristo y su Espíritu Santo. Jesús fue enérgico cuando reprendió a la gente en el templo y es también enérgico para condenar nuestro pecado, a Jesús le consume grandemente la falta de respeto que podamos tener contra Él. Reflexionemos y limpiemos nuestro corazón hoy, y hagamos de el un lugar limpio donde su Espíritu Santo y su amor puedan habitar tranquilamente y podamos tener una comunión sincera con Él: Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. (Salmos 51:10)
La buena conducta solo proviene de un corazón y un espíritu limpios. Pídele a Dios que te los dé.
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