El amor de Cristo nos obliga, porque estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron. Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí. Sino para el que murió por ellos y fue resucitado. 2 Corintios 5: 14-15
¿Estás amando de la forma en la que Dios te ama? ¿Has limitado el amor a una emoción? ¿Manifiestas amor cuando estás en medio de la adversidad?
En más de una ocasión he visto la película acerca de la pasión de Cristo. Pero cada vez que la miro, me surge una pregunta: ¿Qué sentía Jesús al hacer lo que hacía? No me atrevo a responder por Él; pero sí me atrevo a decir que más allá de lo que sentía, lo hacía porque lo había decidido hacer.
Nuestro mundo postmoderno nos enseña a vivir, decidir, actuar y guiarnos por nuestras emociones.
La trampa es que nuestras emociones son tan cambiantes como las modas o la temperatura del día. Jesús hizo lo que era correcto a los ojos del Padre independientemente de lo que “sintiera”.
Es fácil amar a aquellos que nos aman porque eso “lo sentimos”, ¿Pero qué hay de aquellos que nos aborrecen? ¿O qué podríamos decir de aquellos que nos han hecho daño? ¿Los amamos de la misma manera?
El amor de Jesús fue más que un sentimiento; fue una decisión. Con esto no digo que uno no sienta, ni que sea malo sentir; la Biblia nos muestra pasajes claros en los que Jesucristo manifestó emociones.
Pero Él nos enseñó a actuar por convicciones y tomando decisiones sabias. En mi caso personal, a veces no siento deseos de hacer lo correcto, pero sé que obedecer es una manifestación de mi amor a Dios.
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