Ahora vemos de manera indirecta y velada, como en un espejo; pero entonces veremos cara a cara. 1 Corintios 13:12
Mis abuelos solían llevarme con mis amigos a un parque de diversiones que tenía un salón de espejos. Se trataba de unos pasillos donde caminábamos entre espejos que nos devolvían una imagen deformada. En ellos podía verme más alto, más bajo, con la cabeza grande y las piernas cortas. Era muy divertido ver a mis amigos de una manera tan rara y exagerada, aunque cuando ellos se reían de mí, ya no me hacía gracia. El último espejo del salón era normal. Allí volvíamos a vernos de nuestro tamaño natural.
Durante nuestra adolescencia nos gusta mirarnos al espejo. Algunos pasamos horas tratando de ocultar algún BULTITO que nos ha aparecido justo la noche equivocada o intentando lograr un mejor peinado. Es la época de la adolescencia que vamos descubriendo quiénes y cómo somos, qué nos gusta y qué nos queda mejor. Por eso también nos miramos en el espejo de nuestros amigos, en el de la televisión, en el de la fantasía y en muchos otros.
Sin embargo, hay un solo espejo donde podemos mirarnos y vernos tal cual somos. Es en el espejo de Dios; en él nos vemos CARA A CARA allí podemos descubrir nuestra verdadera belleza y también ver claramente que cosas podemos cambiar para ser mejores. Los otros espejos son imperfectos, quizás hasta deformen nuestra figura. Van a mostrarnos una imagen exagerada de nuestra persona, no porque el reflejo sea real sino porque algo hay en ellos que es imperfecto.
Muchas veces me dejé convencer por lo que decían de mi, algunos en la escuela. Conocí a otros que siempre se miraron en el espejo de las palabras hirientes de sus padres. Tenía una compañera que vivía comparándose con lo que veía en las revistas. Mirarnos en espejos deformantes nos hace tener una imagen pobre y equivocada de nosotros mismos.
Punto de reflexión:
¿De dónde tomo las ideas que tengo acerca de mí mismo?
¿Me dejo llevar por lo que los demás dicen de mi?
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