Pero cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder y serán mis testigos. Hechos 1:8
Las últimas palabras de Jesús antes de ascender a los cielos nos dejaron la mayor de las promesas: El cumplimiento de la venida del Espíritu Santo para que arraigara en nuestros corazones aquellas convicciones, sentimientos y decisiones necesarias para hacer la voluntad de Dios.
Ya habíamos probado como raza caída que el hacer la voluntad de Dios era imposible para nosotros. Es que cumplir con la ley del Señor sin la ayuda del Espíritu Santo es una tarea irrealizable. Si no contamos con su poder estamos destinados a tratar de vivir la vida cristiana con nuestras propias fuerzas. Muchas veces lo hacemos. Quizás no intencionalmente, pero cuando descuidamos el hecho de estar en conexión con el Señor cada día y cuando no tenemos una relación íntima con él, interrumpimos el poder del Espíritu Santo que fluye en nuestras vidas.
Un niño jugaba en la arena haciendo un gran castillo. En uno de los lados del pozo donde hacía su obra encontró una gran roca. Trató de moverla pero era demasiado grande. Trató de hacer otro pozo para sacarla pero fue en vano. No solo usaba sus manos sino también sus pies, pero todo fue inútil. Lleno de frustración el niño comenzó a llorar. Su padre lo vio y se acercó a preguntarle qué le pasaba. El niño le explicó lo que sucedía. El papá hizo un silencio y luego le preguntó: <<Querido, ¿usaste toda tu fuerza?>> El niño confundido le aseguró que sí. El padre lo abrazó con cariño y le dijo: <<No querido, no usaste toda tu fuerza porque no me pediste ayuda>>.
Así actuamos cuando no recurrimos al Espíritu Santo para que nos dé las fuerzas necesarias para hacer lo que sabemos y lo que nos conviene.
Punto de reflexión:
¿Crees verdaderamente que Jesús puede darte poder a través del Espíritu Santo?
¿Qué piedras vas a mover con el poder del Espíritu Santo?
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