“Alabad a Jehová, porque él es bueno;
porque para siempre es su misericordia” (Salmos 107:1)
Si alguien viniera y nos preguntara
de cómo fue nuestra conversión, como fue que nosotros llegamos a los pies de
Cristo. Creo que la mayoría responderíamos que nos acercamos a Dios por un
problema, porque estábamos pasando por una dificultad y sabíamos que solo en la
manos de Dios se resolveríamos.
Haciendo esta pregunta nos damos
cuenta que muchos de nosotros no acercamos a Dios porque había una necesidad de
que Dios resolviera un problema, son pocos los cristianos que han tomado la
decisión de seguir a Jesús porque vieron su misericordia y amor.
Muchos no nos dimos cuenta de ese
amor y esa misericordia hasta que la prueba llego a nuestra vida, si no hubiera
sido por esa situación no hubiéramos
tomado la decisión de acercarnos a Dios.
Antes de dar ese paso de fe y
confesar a Jesús como nuestro salvador, creíamos que no necesitábamos de Dios,
pensábamos que nuestra vida estaba bien así.
Fue hasta que el problema llegara a
nuestras vidas, que pudimos reconocer que en realidad necesitábamos de Dios.
Llegamos a Dios pidiendo por un
milagro, para que nos resolviera esa dificultad por la que estábamos pasando y
gracias a su misericordia nuestra petición fue contestada y desde ese momento
decidimos que nuestra vida le iba a pertenecer.
Cuando esa petición fue contestada
nuestra alabanza y nuestra oración fue de mucha gratitud.
Pero hay un problema que estamos
padeciendo mucho los hijos de Dios y es que cuando entramos en una comunión con
Dios, cuando doblamos nuestras rodillas para hablar con nuestro Padre, las
oraciones que salen de nuestra boca muchas veces solo son para pedir algo que
nosotros queremos o para pedirle ayuda por una necesidad.
No es malo que acudamos a Dios en
ayuda; ya que sabemos que solo él puede suplir cada una de nuestras
necesidades, pero es importante que no olvidemos que Dios no solo está para
hacernos favores.
Dios está para que le alabemos, para
que engrandezcamos su nombre, no solo porque puede hacer que las cosas
imposibles sean posibles sino porque su bondad, su amor y misericordias son
extraordinarios.
“¡Cuan preciosa, oh Dios, es tu
misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus
alas.” (Salmos 36:7)
Como hijos de Dios debemos reconocer
la grandeza de Dios, debemos agradecer por su misericordia, porque a pesar de
que no lo merecíamos él nos regalo salvación.
Es importante que reconozcamos que en
muchas ocasiones buscamos a Dios solo cuando nos encontramos en momentos
difíciles y no le buscamos cuando las cosas están bien.
Deberíamos de buscara a Dios por su
majestad, más que por su poder de ayudarnos en las necesidades.
La misericordia de Dios es tan grande
que aun sabiendo él que lo buscamos por esa prueba que ha llegado a nuestra
vidas, nos recibe con un gran amor y decide resolver nuestro problema.
Dediquémonos a que en nuestras
oraciones; no estén llenas solamente de peticiones sino también de
agradecimiento.
“Dando siempre gracias por todo al
Dios y Padre, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5:20)
La carta de los Efesios la escribió
Pablo, el cual nos exhorta a dar gracias a Dios por TODO lo que pasa en nuestra
vida.
Muchos de nosotros solamente damos
gracias a Dios cuando nos ha bendecido y no cuando estamos en tribulaciones.
Dedicamos horas a la oración y a la
alabanza cuando nos encontramos en situaciones difíciles pero cuando el
problema pasa se nos olvida orar y alabar a Dios.
Dios quiere que le sigamos, que le
adoremos en todo momento; cuando estemos en necesidad y cuando estemos en
abundancia. Dios no quiere que seamos de aquellos hijos que solamente buscan a
su Padre cuando necesitan algo de él.
Alabemos a Dios por su amor; por esa
muestra que nos dio cuando mando a Jesús a dar su vida por cada uno de
nosotros, adorémosle porque él es bueno porque nos escucha aun cuando no le
agradecemos por su infinita misericordia.
Dios es más que un hacedor de
milagros, él es un Dios de majestad, que debemos agradecerle por haber puesto
sus ojos en nosotros y habernos dado el privilegio de ser sus hijos, él se
merece toda nuestra alabanza porque su misericordia jamás se aparta de
nosotros, agradezcamos por cada segundo de vida que nos regala experimentemos
una nueva comunión con él agradeciendo primero por toda sus bondades,
agradeciendo por todo lo bueno y lo malo que permite en nuestra vida.
Seamos agradecidos con aquel que dio
todo por nosotros, aquel que su amor es tan grande que aun sin merecerlo nos
dio su perdón: Dios.
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