“Cuando
a Dios haces promesa, no tardes en cumplirla; porque él no se complace en los
insensatos. Cumple lo que prometes.” (Eclesiastés 5:4)
Es muy común que nosotros prometamos
hacer ciertas cosas solo por salir de un compromiso; ya sea porque nuestros
padres nos están imponiendo algo o alguna otra persona necesita de algún favor
nuestro.
A las personas que generalmente les
prometemos cosas son a nuestros padres; cosas que a veces ni las cumplimos.
Cuando necesitamos de algún permiso de ellos y sabemos que nuestro
comportamiento no ha sido el mejor, le prometemos que nos portaremos bien y que
ya no nos meteremos en problemas. Hacemos esta promesa solo para ganar
nuevamente su confianza, sabiendo que nuestra intención no es cumplir lo que hemos
prometido.
Y así continúan nuestras promesas, ya
no solo le prometemos cosas que no cumpliremos a nuestros padres, lo hacemos
también con nuestros amigos. Cuando hemos cometido algún error lo queremos
reparar haciendo un pacto de volver a cometer esa falta que puso en peligro la
amistad, pero al tiempo se nos olvida lo que habíamos prometido y volvemos a
hacer la misma cosa que juramos no hacer.
También las promesas sin cumplir que
no falta son las que les hacemos a nuestra pareja, cuando hay cierto problema
en una relación se recure a lo más fácil para solucionarlo: una promesa.
El novio o la novia prometen a su
pareja ciertas cosas que no harán con el propósito que la persona afecta en esa
relación se da el perdón y así arreglar el “mal entendido”.
Pero como hemos observado estas
promesas comienzan en nuestra casa tratando de sobornar a nuestros padres con
promesas sin cumplir.
Vemos que el hacer una promesa
compromete a la otra persona ha darnos una oportunidad y tomamos ventaja de
esto, acudimos a las promesas como “auxilio” a situaciones en las que no
sabemos cómo resolverlas porque sabemos que hemos fallado.
Se nos ha vuelto una costumbre
realizar promesas, muchas de ellas no las cumplimos aunque algunas otras sí.
Pero si analizamos cuantas promesas hemos hecho a diferentes personas y
evaluamos si en realidad las hemos cumplido, creo que encontraremos mas
promesas sin cumplir.
Pues esto mismo queremos hacer muchas
veces con Dios. Cuando estamos atravesando por alguna dificultad o hay una
petición que queremos que Dios nos conceda, acudimos a las promesas. Prometemos
a Dios que asistiremos más a la iglesia con la intensión de “tocar” su corazón
para que escuche y responda nuestra suplica.
Por un tiempo cumplimos con esa
promesa que le hicimos a Dios, asistimos un día más a la iglesia mientras él
contesta nuestra petición pero poco tiempo después nos aburrimos y dejamos de
asistir los días que habíamos prometido.
Cuando hacemos estas promesas muchas
de ellas no son pensadas, algunas veces solo las decimos por la aflicción o la
emoción del momento pero no las decimos porque en realidad las sintamos. Es muy
importante que cuando estemos en oración con Dios y estemos pensando en hacerle
una promesa, meditemos verdaderamente lo que vamos a decir.
Pensemos si lo que vamos a pactar con
Dios es algo que seremos capaces de hacerlo pero sobre todo si seremos capaces
de cumplir con esa promesa; es decir si vamos a hacer el esfuerzo que se
requiere para que la promesa se efectué.
Si en realidad queremos hacer una promesa
con Dios, porque queremos que nos conceda algo, no hagamos esa promesa por
emocionalismo. A Dios le agrada que nuestra promesas sean reales y que lo que
digamos verdaderamente lo cumplamos, no pretendamos ser con Dios como somos con
las demás personas.
Dice su palabra que no tardemos en
cumplir con nuestra promesa, no prolonguemos el tiempo para realizar lo que
prometimos, ya que Dios no es un juego y es una persona que se merece todo
nuestro respeto.
“Pero
sea vuestro hablar: sí, sí; no, no; porque lo que es más de esto, de mal
procede” (Mateo 5:37)
Dios quiere que si le vamos a
prometer algo que lo cumplamos. Dios no quiere que hagamos las cosas a medias
quiere que seamos claros en nuestro hablar y que meditemos bien las cosas antes
de decirlas.
“mejor
es que no prometas, y no que prometas y no cumplas” (Eclesiastés 5:5)
Dios conoce lo más profundo de
nuestro corazón y sabe muy bien que hay cosas que no las vamos a poder cumplir.
Es por eso que nos deja este versículo donde nos aclara que a veces es mejor
que no le prometamos nada a que hagamos una promesa solo por la emoción del
momento o la preocupación y que después no podamos cumplir con lo que
prometimos.
Dios no concede nuestra peticiones
por hacerle promesas, Dios contesta nuestras suplicas por misericordia. Pero
esto no quiere decir que solo él tiene que hacer todo el trabajo, también
nosotros debemos esforzarnos por ser mejores y que de esta manera Dios vea
nuestra luchas y con más razón nos cumpla nuestros anhelos.
No intentemos sobornar o chantajear a
Dios con promesas que después no cumpliremos es mejor ser claros con Dios
decirle nuestras debilidades y que sea su misericordia que se mueva a nuestro
favor.