“El que refrena su boca y su lengua se libra de muchas angustias.” (Proverbios 21:23)
Nuestra lengua puede ser nuestro peor enemigo o
un buen aliado, todo depende de nuestra sabiduría en Dios para poder ocuparla.
Estoy seguro que más de alguna vez nos hemos
metido en problemas por hablar demás o por decir las cosas en forma hiriente.
Sin embargo, debemos de ponernos a pensar por qué no podemos frenar nuestra
lengua y tener prudencia al momento de decir las cosas; cuando podamos responder
eso, nuestra vida para Dios será mucho mejor.
“Señor, pon guarda a mi boca; vigila
la puerta de mis labios.”
(Salmos 141:3)
Por acá vamos a iniciar a entender la razón por la cual
nuestra boca daña a muchas personas e incluso nos daña a nosotros mismos al
crear problemas con nuestros amigos, familia y líderes de la iglesia.
Cuando encomendamos nuestros caminos a Dios y tenemos una
comunión constante con nuestro Dios, nuestra vida inicia un cambio que, muchas
veces, no podemos explicar e incluso ni nosotros mismos podemos entender. Pero,
algo que sí es seguro que cuando
iniciamos a hablar con Dios, a leer Su palabra y la presencia del Espíritu
Santo inicia a crecer en nosotros, nuestra forma de hablar comienza a cambiar.
¿Por qué cuando hablamos,
lo primero que se muestra es la comunión con Dios que tenemos? “Generación de
víboras, ¿cómo podéis hablar bien, siendo malos? Porque de la abundancia del
corazón habla la boca”. (Mateo 12:34) Esta es una respuesta clara y directa
de la razón por qué nuestra forma de hablar es lo primero que muestra la
comunión con Dios que tenemos.
A los humanos los podemos engañar diciendo que sí oramos,
que sí leemos la Biblia y que tenemos una intimidad con Dios muy buena. Incluso,
podemos mostrarnos muy espirituales en la iglesia cerrando nuestros ojos cuando
cantamos, levantando las manos, orando e incluso hasta llorando; pero eso no es
reflejo de nada, eso no es reflejo de tener intimidad con Dios. Ir a la iglesia
y hacer todo eso es lo más fácil que existe, eso hasta un inconverso puede
hacerlo.
Nuestra forma de hablar es el primer indicio de nuestra
comunión con Dios y no me refiero a ser elocuente, me refiero a lo que hablamos
y lo que hacemos cuando hablamos.
“Porque todos
tropezamos de muchas maneras. Si alguno no tropieza en lo que dice, es un
hombre perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo”. (Santiago 3:2)
La única forma que vamos
a poder lograr frenar nuestra lengua y nuestro cuerpo es teniendo intimidad con
Dios. Lejos de Dios, lo único que mostramos es debilidad,
hipocresía e ignorancia; por la simple razón que la sabiduría al estudiar, creer y vivir la palabra de Dios es lo único
que nos hará vivir para Su gloria. Dios te bendiga.
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