“Jesús le dijo: “Levántate, alza tu camilla y camina”. En ese momento el hombre quedó sano, alzó su camilla y comenzó a caminar. Esto sucedió un sábado, que es el día de descanso obligatorio para los judíos. Por eso, unos jefes judíos le dijeron al hombre que había sido sanado: “Hoy es sábado, y está prohibido que andes cargando tu camilla”. Pero él les contestó: “El que me sanó me dijo: “Levántate, alza tu camilla y camina”. Ellos preguntaron: “¿Y quién te dijo que te levantaras y caminaras?”.” (Juan 5:8-12)
Jesús no tiene día para sanarnos. Él jamás dirá “Mejor lo dejo un día más sufriendo y mañana lo sano”. Jesús no descansa. La Biblia dice que los descansos de Jesús eran para estar a solas con Dios, pero jamás se negó a ayudar a quien confiara en Él.
Es cierto que por momentos puede ser que Dios se mantenga distante, pero eso no significa que tenemos que sufrir por eso. Si nosotros confiáramos en que aún en Su silencio Dios está obrando y que no tenemos nada de lo que preocuparnos, otra sería la historia. Pero muchas veces sin quererlo optamos por sufrir. Nuestra fe y confianza en Dios titubea.
Yo no quiero echarle la culpa al diablo de todo lo que nos pasa porque sería darle más importancia de la que realmente tiene. Pero quiero que analicemos la historia que sucede en el versículo de allí arriba.
Había una piscina en la cual se creía que sus aguas sanaban a los enfermos por medio de un ángel. Jesús estaba de paso por esa zona, y vio a un hombre paralítico mirando hacia la piscina, pero sin poder moverse hacia ella debido a su discapacidad. El hombre llevaba 38 años siendo paralítico. ¿Puedes imaginar la vida de este hombre? 38 años viendo cómo otros enfermos se sanaban delante de sus ojos. 38 años de pedir ayuda, pidiendo que alguien lo alcanzara hacia las aguas para sanarse, y nadie hacía nada por él sino que eran los primeros en meterse en el agua. 38 años en los que veía cómo le robaban la bendición. No puedo imaginar lo que ese hombre debía sentir, por sobre todo frustración.
Pero Jesús le hizo una pregunta clave “¿Quieres que Dios te sane?”. Imagino al paralítico anonadado, era la primera persona en 38 años que se había preocupado por él. Pero este hombre, seguramente ya frustrado, no respondió ni sí ni no; sino que le explicó a Jesús que no tenía quien lo ayudara, que nadie lo acercaba hacia las aguas; el paralítico no se daba cuenta que Jesús era quien quería sanarlo.
Cuántas veces nos hemos paralizado ante una situación. Cuánto tiempo hemos pasado sufriendo en vez de confiando. Cuántas veces vimos que nos robaban la bendición y cuántas veces más el diablo (porque sí es él) nos ha dicho “¿Quién te dijo que te levantaras?”.
Como cristianos hay una parte de nosotros que siempre nos dice que nos levantemos, y ese es Jesús. Es Jesús quien mueve cielo y tierra para que los hijos de Dios tengamos victoria. Pero otra parte de nosotros cree que no puede, y es el diablo diciéndonos que no podemos levantarnos.
A este hombre, le habían dicho que “era día de descanso”, que no podía cargar su camilla, que nadie le había ordenado levantarse y caminar. A nosotros, simplemente se nos dice “No podrás”, “Luego de todo lo que has pasado no puedes levantarte”, “Nadie se preocupa por ti”, “¿Por qué Dios permite que sufras? No te ama”.
En la cruz Jesús nos dijo con su sacrificio: Levántate una y otra vez, yo he vencido al mundo. Levántate, porque siete veces cae el justo y se vuelve a levantar. Levántate, porque te he dado el poder para pisar al enemigo. Levántate, porque no descanso para darte paz. Levántate, no le creas al diablo.
Dios a veces está distante pero siempre nos cuida y actúa a nuestro favor. ¿Hace cuánto tiempo cargas con eso que tanto te pesa? ¿Hace cuánto estás sufriendo? ¿Hace cuánto estás paralizado? ¿Hace cuánto esperas ayuda y no ves que Jesús está preguntándote “¿QUIERES QUE DIOS TE SANE?”? Créele a Dios, Jesús te ha dicho hoy que te levantes.
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